Page 31 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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cuando venían de Asia Menor y los persiguieron hasta el sur. Conrad pensaba
que podrían haber hecho la mayor parte del viaje por agua, porque, como
decía, el Golfo Pérsico llegaba hasta aproximadamente ciento treinta millas
más lejos de lo que llega ahora, y la Antigua Eridu era un puerto marítimo.
Pero justo en aquel momento tenía otra cosa en la cabeza.
»—¿Dónde aprendiste a hablar somalí? —pregunté a Naluna.
»—Cuando era pequeña —contestó—, salí del valle y me perdí en la
jungla, donde un grupo de saqueadores negros me capturaron. Me vendieron a
una tribu que vivía cerca de la costa y pasé mi infancia con ellos. Pero cuando
me convertí en muchacha, recordé Eridu y un día robé un camello y cabalgué
a través de muchas leguas de sabana y selva, y así volví a la ciudad de mi
nacimiento. En todo Eridu sólo yo sé hablar una lengua que no sea la mía,
excepto los esclavos negros… y ellos no hablan, pues les cortamos la lengua
al capturarlos. La gente de Eridu no se aventura más allá de las selvas, y no
trafican con los pueblos negros que a veces nos encontramos, excepto para
tomar algunos esclavos.
»Le pregunté por qué mataron al criado de nuestro campamento y dijo que
estaba prohibido que blancos y negros se apareasen en Eridu y que a los
vástagos de dicha unión no se les permitía vivir. No les gustó el color del
pobre desgraciado.
»Naluna podía contarnos poco de la historia de la ciudad desde su
fundación, aparte de los acontecimientos que se habían producido en el
periodo comprendido por su propia memoria, que tenían que ver
principalmente con asaltos dispersos a cargo de una tribu caníbal que vivía en
las selvas hacia el sur, intrigas mezquinas de la corte y el templo, cosechas
deficientes y cosas semejantes; el alcance de la vida de una mujer es muy
parecido en todo Oriente, sea en el palacio de Akbar, de Ciro o de
Asurbanipal. Pero descubrí que el nombre del gobernante era Sostoras y que
era tanto sacerdote supremo como rey, igual que lo fueron los gobernantes de
la antigua Sumeria, cuatro mil años antes. El-Lil era su dios, que moraba en el
templo del lago, y el profundo retumbar que habíamos oído era la voz del
dios, dijo Naluna.
»Por fin se levantó para marcharse, dirigiendo una melancólica mirada
hacia Conrad, que estaba sentado como un hombre hipnotizado… por una vez
sus malditos bichos habían desaparecido de sus pensamientos.
»—Bueno —dije yo—, ¿qué te parece todo esto, mi buen muchacho?
»—Es increíble —dijo él, agitando la cabeza—. Es absurdo; una tribu
inteligente que ha vivido aquí durante cuatro mil años y no ha avanzado
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