Page 35 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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de la ciudad. Un ancho tramo de escalones descendía hasta el borde del agua
y las lanzas a nuestras espaldas nos hicieron descender por ellos. Allí
esperaba un bote, un extraño navío de proa alta cuyo prototipo debió de surcar
el Golfo Pérsico en los tiempos de la Antigua Eridu.
»Cuatro negros descansaban sobre sus remos, y cuando abrieron la boca
vi que les habían cortado la lengua. Nos llevaron al bote, nuestros guardias
subieron y emprendimos un extraño viaje. En el lago silencioso nos
movíamos como en un sueño, cuyo silencio era interrumpido sólo por el
suave murmullo al atravesar el agua de los remos largos, finos y chapados en
oro. Las estrellas salpicaban el abismo azul oscuro del lago con puntos
plateados. Miré hacia atrás y vi el enorme bulto negro del templo cernirse
sobre las estrellas. Los desnudos y mudos esclavos tiraban de los remos y los
guerreros silenciosos se sentaban delante y detrás de nosotros con sus lanzas,
sus cascos y sus escudos. Era como el sueño de alguna ciudad fabulosa de la
época de Harún-al-Rashid, o de Solimán-ben-Daud, y pensé qué
malditamente incongruentes resultábamos Conrad y yo en aquel escenario,
con nuestras botas y nuestros pantalones sucios y andrajosos.
»Tomamos tierra en la isla y vi que estaba rodeada de ladrillos; se
levantaba desde el borde del agua en anchos tramos de escaleras que trazaban
un círculo alrededor de la isla entera. El conjunto parecía más antiguo,
incluso, que la ciudad; los sumerios debieron de construirla cuando
descubrieron el valle, antes de empezar con la ciudad misma.
»Subimos por los escalones, que estaban desgastados por el paso de pies
incontables, hasta un enorme conjunto de puertas de hierro que se abría en el
templo, y aquí Gorat depuso su lanza y su escudo, se tumbó sobre el vientre y
golpeó con su cabeza cubierta por el casco el inmenso umbral. Alguien debía
de estar observando desde una tronera, pues desde lo alto de la torre resonó
una profunda nota dorada y las puertas se abrieron silenciosamente para
revelar una entrada oscura, iluminada por antorchas. Gorat se levantó y abrió
el paso, y nosotros le seguimos con aquellas malditas lanzas aguijoneándonos
la espalda.
»Ascendimos un tramo de escaleras y desembocamos en una serie de
galerías construidas en el interior de cada piso, que ascendían en espiral. Al
mirar hacia arriba, el edificio me pareció mucho más alto y grande que lo que
parecía desde fuera, y la penumbra imprecisa y medio iluminada, el silencio y
el misterio, me provocaron escalofríos. La cara de Conrad relucía pálida en la
semioscuridad. Las sombras de épocas pasadas se apelotonaban sobre
nosotros, caóticas y horrendas, y me sentí como si los fantasmas de todos los
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