Page 39 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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»Hasta el día que muera, Conrad no estará más cerca de la locura y de la

               muerte que entonces. Se retorció en sus ligaduras como una serpiente con la
               espalda rota; su cara estaba espantosamente contorsionada, sus ojos dilatados,
               y  la  espuma  salpicaba  sus  labios  lívidos.  Pero  en  aquel  infierno  de  sonido
               dorado  y  agónico,  no  podía  oír  nada,  sólo  podía  ver  su  boca  abierta  y  sus

               labios  flácidos  y  espumosos,  abiertos  y  retorcidos  como  los  de  un  imbécil.
               Pero sentí que estaba aullando como un perro moribundo.
                    »Oh, las dagas de sacrificio de los semitas hubieran sido misericordiosas.
               Incluso el espeluznante horno de Moloc era más soportable que la muerte que

               prometía  aquella  vibración  aniquiladora  y  desintegradora  que  armaba  a  las
               ondas sonoras con garras venenosas. Sentí que mi propio cerebro se volvía
               quebradizo  como  el  cristal  helado.  Sabía  que  algunos  segundos  más  de
               aquella  tortura  provocarían  que  el  cerebro  de  Conrad  saltase  hecho  añicos

               como una copa de cristal y que muriese con el desvarío negro de la locura
               absoluta. Y entonces, algo me hizo regresar de golpe de los laberintos en los
               que me había perdido. Era la firme presa de una mano pequeña sobre la mía,
               tras la columna a la que me habían atado. Sentí un tirón en mis cuerdas como

               si  el  filo  de  un  cuchillo  estuviera  siendo  aplicado  a  ellas,  y  mis  manos
               quedaron libres. Noté que apretaban algo contra mi mano y una alegría feroz
               me invadió. ¡Reconocería la culata familiar de mi Webley 44 entre un millar!
                    »Me moví como un relámpago y pillé por sorpresa a todo el grupito. Me

               aparté de la columna y derribé al negro mudo atravesándole el cerebro con
               una bala, me giré y disparé al viejo Sostoras en el vientre. Cayó, vomitando
               sangre,  y  solté  una  descarga  directamente  sobre  las  aturdidas  filas  de
               soldados.  A  esa  distancia  no  podía  fallar.  Tres  de  ellos  cayeron  y  el  resto

               reaccionó  y  se  dispersó  como  una  bandada  de  pájaros.  Al  instante,  el  sitio
               había quedado vacío, excepto por Conrad, Naluna y yo, y los hombres caídos
               en  el  suelo.  Era  como  un  sueño,  con  los  ecos  de  los  disparos  todavía
               reverberando, y el acre aroma de la pólvora y la sangre cortando el aire.

                    »La chica soltó a Conrad y él cayó sobre el suelo gimoteando como un
               idiota moribundo. Le agité, pero tenía un resplandor enloquecido en los ojos,
               y espumajeaba como un perro rabioso, así que le arrastré, deslicé un brazo
               debajo  de  él  y  salí  hacia  las  escaleras.  Aún  no  habíamos  salido  del  lío,  ni

               mucho  menos.  Bajamos  por  las  anchas,  tortuosas  y  oscuras  escaleras
               esperando  en  cualquier  momento  sufrir  una  emboscada,  pero  aquellos
               muchachos debían de tener miedo, porque salimos de aquel templo infernal
               sin interferencia alguna. Fuera de los portales de hierro, Conrad se derrumbó

               y yo intenté hablarle, pero no podía ni oír ni hablar. Me volví hacia Naluna.




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