Page 42 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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y  venía  por  mí,  y  el  otro  levantaba  su  espada  con  ambas  manos  para

               administrar  un  golpe  de  muerte,  pero  no  llegó  a  conectarlo,  pues  Conrad
               agarró  la  lanza  que  había  sido  abandonada  y  le  ensartó  limpiamente  por
               detrás.
                    »La hoja de Gorat me hurgó en las costillas al buscar mi corazón; me giré

               a  un  lado,  y  su  brazo  estirado  se  rompió  como  una  rama  podrida  bajo  mi
               golpe,  pero  le  salvó  la  vida.  Era  valiente;  todos  eran  valientes  o  nunca  se
               habrían  lanzado  al  ataque  contra  mi  pistola.  Gorat  se  revolvió  de  un  salto
               como un tigre enloquecido por la sangre, lanzando un golpe hacia mi cabeza.

               Me  agaché  y  evité  la  fuerza  plena  del  golpe  pero  no  pude  eludirlo  por
               completo, y me abrió la cabeza con una hendidura de tres pulgadas, limpia
               hasta el hueso; aquí está la cicatriz que lo demuestra. La sangre me cegaba y
               contraataqué como un león herido, ciego y terrible, y por puro azar conecté un

               golpe  de  lleno.  Sentí  cómo  el  hacha  aplastaba  metal  y  hueso,  el  mango  se
               astillaba en mi mano y allí quedó Gorat muerto a mis pies en un horripilante
               revoltijo de sangre y sesos.
                    »Me  sacudí  la  sangre  de  los  ojos  y  eché  un  vistazo  buscando  a  mis

               compañeros. Conrad estaba ayudando a Naluna a levantarse y me pareció que
               ella se tambaleaba un poco. Había sangre en su pecho, pero podría proceder
               del puñal rojo que sujetaba con una mano manchada hasta la muñeca. ¡Dios!
               Al recordarlo ahora, todo aquello fue un poco repugnante. El agua que nos

               rodeaba estaba llena de cadáveres y teñida de un rojo espeluznante. Naluna
               señaló al otro lado del lago y vimos los botes de Eridu deslizándose  hacia
               nosotros;  a  mucha  distancia  todavía,  pero  acercándose  rápidamente.  Nos
               condujo hasta un camino alejado del borde del lago. Mi herida sangraba como

               sólo podía sangrar una herida en el cuero cabelludo, pero aún no me sentía
               débil.  Me  sacudí  la  sangre  de  los  ojos,  vi  a  Naluna  tambalearse  mientras
               corría e intenté echarle el brazo alrededor para enderezarla, pero ella me hizo
               retirarme.

                    »Se  dirigía  a  los  acantilados,  y  los  alcanzamos  sin  aliento.  Naluna  se
               inclinó  sobre  Conrad  y  señaló  hacia  arriba  con  la  mano  temblorosa,
               respirando  con  grandes  bocanadas  sollozantes.  Entendí  lo  que  quería  decir.
               Una escala de cuerda conducía hacia la parte superior. Hice que subiera la

               primera, con Conrad detrás, y yo fui a continuación, retirando la escala a mi
               paso.  Estábamos  a  mitad  de  camino  cuando  los  botes  tomaron  tierra  y  los
               guerreros  desembarcaron  precipitadamente  en  la  orilla,  lanzando  flechas
               mientras corrían. Pero estábamos bajo la sombra de los acantilados, lo que

               hacía imprecisa su puntería, y la mayoría de las saetas se quedaron cortas o se




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