Page 36 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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sacerdotes  y  víctimas  que  habían  recorrido  aquellas  galerías  durante  cuatro

               mil  años  salieran  a  nuestro  paso.  Las  inmensas  alas  de  dioses  oscuros  y
               olvidados flotaban sobre aquel espantoso cúmulo de antigüedad.
                    »Llegamos al piso superior. Había tres círculos de altas columnas, el uno
               dentro del otro, y debo decir que para ser columnas construidas con ladrillos

               secados al sol, eran curiosamente simétricas. Pero no tenían nada de la gracia
               o la belleza abierta de, por ejemplo, la arquitectura griega. Estas eran tétricas,
               macabras,  monstruosas,  parecidas  a  las  egipcias,  no  tan  inmensas  pero  aún
               más formidables en su desnudez, una arquitectura que simbolizaba una época

               en  que  los  hombres  aún  seguían  en  las  sombras  del  alba  de  la  Creación  y
               soñaban con dioses monstruosos.
                    »Sobre el círculo interno de las columnas había un techo curvo, casi una
               cúpula. Cómo la construyeron, o cómo llegaron a adelantarse a los arquitectos

               romanos  en  tantas  eras,  no  puedo  saberlo,  pues  resultaba  una  variación
               llamativa respecto al resto de su estilo arquitectónico, pero allí estaba. Y de
               este techo con forma de cúpula colgaba una gran cosa redonda y brillante que
               atrapaba  la  luz  de  las  estrellas  en  una  red  plateada.  ¡Supe  entonces  qué

               habíamos estado siguiendo durante tantas millas enloquecidas! Era un gran
               gong:  la  voz  de  El-Lil.  Parecía  de  jade,  aunque  hasta  el  día  de  hoy  no  he
               podido estar seguro. Pero fuera lo que fuese, era el símbolo sobre el que se
               apoyaban la fe y el culto de los sumerios, el símbolo del dios mismo. Y sé que

               Naluna decía la verdad cuando nos dijo que sus ancestros lo trajeron consigo
               en aquel largo y espantoso viaje, hacía eras, cuando huyeron de los jinetes
               salvajes de Sargón. ¡Durante cuántos eones antes de aquel momento oscuro
               debió de colgar en el templo de El-Lil en Nippur, Erech o la Antigua Eridu,

               emitiendo sus melodiosas amenazas o promesas sobre el valle fantástico del
               Éufrates, o a través de la espuma verde del Golfo Pérsico!
                    »Nos hicieron permanecer en pie dentro del primer anillo de columnas, y
               procedente de las sombras, como si él mismo fuera una sombra del pasado,

               salió el viejo Sostoras, el rey-sacerdote de Eridu. Iba ataviado con una larga
               túnica verde, cubierta de escamas como las del pellejo de una serpiente, que
               se fruncía y rielaba con cada paso que daba. Sobre la cabeza llevaba un casco
               de plumas ondulantes y en la mano sujetaba un mazo dorado de mango largo.

                    »Tocó  el  gong  ligeramente  y  ondas  doradas  de  sonido  fluyeron  sobre
               nosotros  como  una  ola  que  nos  ahogara  en  su  exótica  dulzura.  Y  entonces
               llegó Naluna. No me enteré de si salía de detrás de las columnas o si aparecía
               a través de alguna trampilla en el suelo. En un instante el espacio ante el gong

               estaba vacío, y al siguiente ella estaba bailando como un rayo de luna sobre




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