Page 26 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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como  un  perro  de  caza  que  ha  venteado  el  olor,  mientras  que  sus  ojos

               revelaban  una  mirada  extraña  para  un  profesor  civilizado.  ¡Por  Júpiter,  es
               curioso ver una influencia antigua y primigenia asomar a través del barniz del
               alma de un profesor de sangre fría, hasta tocar el flujo rojo de la vida que hay
               debajo! Era algo muy nuevo y extraño para Conrad; aquí había algo que no

               podía explicar con su moderna y aséptica psicología.
                    »Bueno,  seguimos  vagando  en  aquella  búsqueda  enloquecida,  pues  la
               maldición  del  hombre  blanco  es  la  de  ir  al  Infierno  para  satisfacer  su
               curiosidad.  Entonces,  bajo  la  grisácea  luz  de  un  temprano  amanecer,  el

               campamento fue asaltado. No hubo lucha. Simplemente, fuimos inundados y
               sumergidos por la fuerza del número. Debieron de deslizarse y rodearnos por
               todos los flancos; pues cuando quisimos darnos cuenta, el campamento estaba
               lleno de fantásticas figuras y yo tenía media docena de lanzas apuntándome al

               cuello.  Me  escocía  terriblemente  rendirme  sin  pegar  un  solo  tiro,  pero  no
               había  nada  que  hacer,  y  me  maldije  a  mí  mismo  por  no  haber  estado  más
               alerta.  Deberíamos  haber  esperado  algo  de  ese  estilo,  dado  el  infernal
               repiqueteo que nos llegaba procedente del sur.

                    »Había  al  menos  un  centenar,  y  sentí  un  escalofrío  cuando  los  miré  de
               cerca. No eran negros y no eran árabes. Eran hombres esbeltos de estatura
               media, ligeramente amarillentos, de ojos oscuros y narices grandes. No tenían
               barba  y  llevaban  las  cabezas  rapadas.  Iban  vestidos  con  una  especie  de

               túnicas,  atadas  a  la  altura  de  la  cintura  con  un  ancho  ceñidor  de  cuero,  y
               calzaban sandalias. También usaban una extraña variante de casco de hierro,
               acabado en punta, abierto por delante y que les caía casi hasta los hombros
               por detrás y por los lados. Llevaban grandes escudos reforzados con metal,

               casi cuadrados, y estaban armados con lanzas de hoja estrecha, arcos y flechas
               de forma extraña, y cortas espadas rectas como no había visto nunca antes…
               ni he vuelto a ver después.
                    »Nos ataron a Conrad y a mí de pies y manos y dieron muerte a Selim allí

               mismo: le abrieron la garganta como si fuera un cerdo mientras daba patadas
               y aullaba. Una visión espantosa; Conrad casi se desmayó y yo me atrevo a
               decir que empalidecí un poco. Luego partieron en la dirección hacia la que
               nos  encaminábamos  nosotros,  obligándonos  a  caminar  entre  ellos,  con  las

               manos atadas a la espalda y las lanzas amenazándonos. Cargaron con nuestro
               escaso equipaje, pero por la forma en que llevaban las armas tuve la sensación
               de que no sabían para qué servían. Apenas intercambiaron una palabra entre
               sí, y cuando probé varios dialectos sólo obtuve como respuesta el aguijonazo







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