Page 29 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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»Nuestros escoltas rápidamente se postraron ante él, y golpearon con sus
cabezas la estera, hasta que pronunció una lánguida palabra dirigida al escriba
y este personaje les hizo el gesto de que se levantaran. Lo hicieron, y el líder
emprendió un largo galimatías dirigido al rey, mientras el escriba garabateaba
como loco sobre una lápida de arcilla y Conrad y yo permanecíamos en pie
como un par de borricos con la boca abierta, preguntándonos de qué iba todo
aquello. Entonces oí una palabra repetida continuamente, y cada vez que la
decía, nos señalaba. La palabra sonaba como “acadio”, y de pronto mi cerebro
empezó a dar vueltas con las posibilidades que intuía. No podía ser… ¡y sin
embargo tenía que ser!
»Como no quería interrumpir la conversación y tal vez perder la puñetera
cabeza, no dije nada, y por último el rey hizo un gesto y habló, los soldados
volvieron a hacer una reverencia y, agarrándonos, nos empujaron
bruscamente, apartándonos de la presencia real hacia un pasillo con
columnas, hasta cruzar una enorme cámara y llegar a una pequeña celda
donde nos arrojaron y cerraron la puerta con llave. Allí sólo había un banco
pesado y una ventana, fuertemente enrejada.
»—Cielos, Bill —exclamó Conrad—, ¿quién habría imaginado algo como
esto? Es como una pesadilla… ¡o un cuento de las Mil y una noches! ¿Dónde
estamos? ¿Quién es esta gente?
»—No vas a creerme —dije—, pero… ¿has leído algo sobre el antiguo
imperio de Sumeria?
»—Por supuesto; floreció en Mesopotamia hace unos cuatro mil años.
Pero qué… ¡por Júpiter! —exclamó, mirándome con los ojos abiertos como
platos al comprender la relación.
»—Dejo a tu imaginación lo que puedan estar haciendo los descendientes
de un reino de Asia Menor en el este de África —dije, buscando a tientas mi
pipa—, pero ha de ser así… Los sumerios construían sus ciudades con ladrillo
secado al sol. He visto hombres haciendo ladrillos y apilándolos para que se
sequen a lo largo de la orilla del lago. El barro se parece mucho al que se
puede encontrar en el valle del Tigris y el Éufrates. Probablemente fue por
eso por lo que esta gente se estableció aquí. Los sumerios escribían en lápidas
de arcilla arañando la superficie con una punta afilada, tal como estaba
haciendo el muchacho de la habitación del trono.
»”Además fíjate en sus armas, sus vestidos y sus fisonomías. He visto su
arte labrado en piedra y cerámica y me he preguntado si esas grandes narices
eran parte de sus rostros o de sus cascos. ¡Y fíjate en ese templo del lago! Una
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