Page 283 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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Clarney no oyó ningún sonido, pero sintió la presencia de una maldad
horrible, demasiado atroz para la comprensión humana, la presencia de un
Invasor procedente de las Esferas Exteriores y de remotas extensiones negras
del ser cósmico. Un frío letal impregnó la estancia, y Steve sintió el fulgor de
ojos inhumanos quemándole los párpados cerrados y helando su conciencia.
Si miraba, si abría los ojos, sabía que su destino instantáneo sería una cruda
locura negra.
Sintió un escalofriante aliento infecto sobre su cara y supo que el
monstruo se inclinaba hacia él, pero permaneció inmóvil como un hombre
paralizado en una pesadilla. Se aferró a un pensamiento: ni él ni Yar Ali
habían tocado la joya que este horror protegía.
Después, dejó de notar el hedor, la frialdad del aire se hizo menos
perceptible, y oyó una vez más la puerta secreta deslizándose sobre su
acanaladura. El demonio regresaba a su escondrijo. Ni todas las legiones del
Infierno podrían haber impedido que los ojos de Steve se abrieran una pizca.
Sólo atisbo un vistazo mientras la puerta escondida se deslizaba, y ese vistazo
bastó para hacer que toda conciencia huyera de su cerebro. Steve Clarney, el
aventurero de nervios de acero, se desmayó por única vez en su atribulada
existencia.
Steve nunca sabría cuánto tiempo permaneció allí tumbado, pero no pudo
ser mucho, pues le despertó el susurro de Yar Ali.
—Quédate quieto, sahib, con un pequeño movimiento de mi cuerpo puedo
alcanzar tus cuerdas con mis dientes.
Steve sintió cómo los poderosos dientes del afgano trabajaban sobre sus
ligaduras, y mientras yacía con la cabeza hundida en el polvo, y su hombro
herido empezaba a palpitar agónicamente (se había olvidado de él hasta ese
momento), empezó a reunir los hilos dispersos de su conciencia, y lo recordó
todo. ¿Cuánto, se preguntó mareado, pertenecía a las pesadillas del delirio,
nacido del sufrimiento y de la sed que quemaba su garganta? La lucha con los
árabes había sido real, las ligaduras y las heridas lo demostraban, pero el atroz
final del sheik, la cosa que había surgido arrastrándose de la negra abertura de
la pared… sin duda había sido una fantasía de su delirio. Nureddin había
caído en un pozo o un agujero de alguna clase. Steve sintió que tenía las
manos libres y se irguió para sentarse, buscando a tientas una navaja de
bolsillo que los árabes habían pasado por alto. No miró arriba ni alrededor de
la habitación mientras cortaba las cuerdas que le ataban los tobillos, y luego
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