Page 279 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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Se volvió hacia el estrado, y uno de sus hombres, un gigante barbudo y

               tuerto, exclamó:
                    —¡Alto,  mi  señor!  ¡Un  mal  antiguo  reinó  aquí  antes  de  los  días  de
               Mahoma!  Los  djinn  aúllan  en  estos  salones  cuando  aúlla  el  viento,  y  los
               hombres  han  visto  fantasmas  bailando  en  las  paredes  bajo  la  luna.  Ningún

               hombre nacido de mortales se ha aventurado en esta ciudad negra durante mil
               años, excepto uno, hace medio siglo, que huyó dando alaridos.
                    »Has  llegado  hasta  aquí  procedente  de  Yemen,  ¡no  conoces  la  antigua
               maldición  que  pesa  sobre  esta  infecta  ciudad,  y  esta  piedra  maligna,  que

               palpita como el corazón rojo de Satanás! Te hemos seguido aquí en contra de
               nuestra opinión, porque has demostrado ser un hombre fuerte, y has dicho que
               tienes  un  encantamiento  contra  todos  los  seres  malignos.  Dijiste  que  sólo
               querías contemplar la gema misteriosa, pero ahora vemos que tu intención es

               llevártela. ¡No ofendas a los djinn!
                    —¡No, Nureddin, no ofendas a los djinn! —contestaron a coro los otros
               beduinos.  Ni  siquiera  los  encallecidos  rufianes  del  sheik,  que  formaban  un
               compacto grupo algo apartado de los beduinos, dijeron nada. Endurecidos por

               crímenes  y  actos  crueles,  les  afectaban  menos  las  supersticiones  de  los
               hombres del desierto, para quienes el temido relato de la ciudad maldita se
               había repetido durante siglos. Aunque Steve odiaba a Nureddin con destilado
               aborrecimiento,  comprendió  el  poder  magnético  que  tenía  este  hombre,  el

               liderazgo innato que le había permitido vencer hasta tal punto los miedos y
               tradiciones de las eras.
                    —La maldición cae sobre los infieles que invaden la ciudad —contestó
               Nureddin—,  no  sobre  los  Creyentes.  ¡Fijaos,  en  esta  habitación  hemos

               vencido a nuestros enemigos kafar!
                    Un halcón del desierto de barba blanca agitó la cabeza.
                    —La maldición es más antigua que Mahoma, y no distingue raza ni credo.
               Hombres malvados levantaron esta ciudad negra en el alba de los Inicios de

               los Días. Oprimieron a nuestros antepasados de las tiendas negras, y lucharon
               entre sí; los muros negros de esta ciudad infecta se mancharon de sangre, y en
               ellos reverberó el eco de los gritos de placeres atroces y de los susurros de
               intrigas oscuras.

                    »Así fue como llegó la piedra a la ciudad; había un mago en la corte de
               Asurbanipal, y la sabiduría negra de las eras no le estaba vedada. ¡Con el fin
               de  obtener  honores  y  poder  para  sí  mismo,  desafió  los  horrores  de  una
               inmensa cueva sin nombre en un país oscuro que nadie había visitado, y de

               aquellas profundidades plagadas de demonios sacó la gema ardiente, que está




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