Page 275 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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que le costaba mirarla de cerca durante mucho rato. La situación no era la más
adecuada para tranquilizar los nervios inquietos. El polvo acumulado sobre el
suelo sugería una antigüedad insalubre; la luz grisácea evocaba un
sentimiento de irrealidad, y las pesadas paredes negras se elevaban
hoscamente, apuntando a cosas escondidas.
—¡Cojamos la piedra y larguémonos! —murmuró Steve, con un pánico
desacostumbrado creciendo en su interior.
—¡Espera! —los ojos de Yar Ali estaban encendidos, y miraba, no a la
gema, sino a las vacías paredes de piedra—. ¡Somos moscas en la madriguera
de la araña! ¡Sahib, como que vive Alá, que es algo más que los fantasmas de
viejos miedos lo que acecha en esta ciudad del horror! ¡Siento la presencia del
peligro, como la he sentido antes, como la sentí en una cueva de la jungla
donde una pitón acechaba invisible en la oscuridad, como la sentí en el
templo de los thugs donde los ocultos estranguladores de Siva se agazapaban
para saltar sobre nosotros, como la siento ahora, multiplicada por diez!
A Steve se le erizó el vello. Sabía que Yar Ali era un veterano curtido, que
no se dejaba arrastrar por miedos estúpidos o por un pánico sin motivo;
recordaba bien los incidentes a los que se refería el afgano, igual que
recordaba otras ocasiones en las que el instinto telepático oriental de Yar Ali
le había advertido del peligro antes de que el peligro pudiera ser visto u oído.
—¿De qué se trata, Yar Ali? —susurró.
El afgano agitó la cabeza, sus ojos llenos de una extraña luz misteriosa
mientras escuchaba las llamadas ocultas de su subconsciente.
—No lo sé; sé que está cerca de nosotros, y que es muy antiguo y muy
maligno. Creo…
De pronto se interrumpió y se giró: la escalofriante luz desapareció de sus
ojos para ser sustituida por un fulgor de miedo lobuno y sospecha.
—¡Escucha, sahib! —exclamó— ¡Fantasmas u hombres muertos suben
las escaleras!
Steve se puso rígido cuando el sigiloso roce de blandas sandalias sobre la
piedra llegó a sus oídos.
—¡Por Judas, Ali! —masculló—. Hay algo ahí fuera…
Las antiguas paredes hicieron eco a un coro de gritos enloquecidos cuando
una horda de figuras salvajes inundó la habitación. Durante un instante
aturdido y demente, Steve creyó con locura que estaban siendo atacados por
los guerreros reencarnados de una era perdida; pero entonces el malévolo
chasquido de una bala junto a su oído y el acre aroma de la pólvora le dijeron
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