Page 274 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
P. 274

tragaron saliva al ver su origen. Sobre el trono se desplomaba un esqueleto

               humano, una masa casi amorfa de huesos mohosos. Una mano sin carne se
               estiraba sobre el ancho reposabrazos de mármol, y en su macabra presa una
               gran piedra carmesí palpitaba y latía como una cosa viva.
                    ¡El Fuego de Asurbanipal! Incluso cuando ya habían encontrado la ciudad

               perdida, Steve no se había permitido creer realmente que hubieran encontrado
               la  gema,  o  que  incluso  existiera  en  realidad.  Pero  no  podía  dudar  de  la
               evidencia  de  sus  ojos,  deslumbrados  por  el  resplandor  maligno  e  increíble.
               Con un grito feroz cruzó de un salto la habitación y subió los escalones. Yar

               Ali le pisaba los talones, pero cuando Steve iba a agarrar la gema, el afgano le
               puso una mano sobre el brazo.
                    —¡Espera!  —exclamó  el  enorme  musulmán—  ¡No  la  toques  todavía,
               sahib!  Una  maldición  pesa  sobre  todas  las  cosas  antiguas.  ¡Y  seguramente

               esta  cosa  estará  triplemente  maldita!  Si  no,  ¿por  qué  ha  permanecido  aquí,
               intacta durante tantos siglos, en un país de ladrones? No conviene manipular
               las posesiones de los muertos.
                    —¡Tonterías!  —bufó  el  americano—  ¡Supersticiones!  Los  beduinos

               estaban  asustados  por  las  historias  que  han  heredado  de  sus  antepasados.
               Además, al ser habitantes del desierto, desconfían de las ciudades, y sin duda
               esta tuvo una reputación maligna durante su existencia. Y nadie excepto los
               beduinos  ha  visto  este  sitio  antes,  excepto  ese  turco,  que  probablemente

               estaba medio enloquecido por el sufrimiento.
                    »Estos huesos podrían ser los del rey mencionado en la leyenda, pues el
               aire  seco  del  desierto  conserva  este  tipo  de  cosas  indefinidamente,  pero  lo
               dudo. Puede que sean asirios, o más probablemente árabes, de algún mendigo

               que consiguió la gema y acabó muerto sobre el trono por una u otra razón.
                    El  afgano  apenas  le  escuchaba.  Miraba  con  aterrorizada  fascinación  la
               enorme piedra, como un pájaro hipnotizado mira a los ojos de la serpiente.
                    —¡Mírala, sahib! —susurró—. ¿Qué es? ¡No existe gema semejante que

               haya  sido  tallada  por  manos  mortales!  ¡Mira  cómo  palpita  y  late  como  el
               corazón de una cobra!
                    Steve  la  miraba,  y  percibía  una  extraña  e  imprecisa  sensación  de
               incomodidad.  Versado  como  estaba  en  el  conocimiento  de  las  piedras

               preciosas,  sin  embargo  nunca  había  contemplado  una  piedra  semejante.  A
               primera  vista  había  supuesto  que  era  un  rubí  monstruoso,  como  decían  las
               leyendas. Ahora no estaba seguro, y tenía la inquietante sensación de que Yar
               Ali tenía razón, que no era una gema normal y natural. No podía clasificar el

               estilo en que había sido cortada, y era tal el poderío de su espeluznante brillo




                                                      Página 274
   269   270   271   272   273   274   275   276   277   278   279