Page 282 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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—Corazón  de  todo  mal  —murmuró  el  sheik—,  ¿cuántas  princesas

               murieron por ti en el Inicio de las Cosas? Sin duda la sangre de los reyes debe
               de  fluir  dentro  de  ti.  Los  sultanes  y  las  princesas  y  los  generales  que  te
               llevaron son polvo y han sido olvidados, pero tú refulges con majestuosidad
               sin atenuar, fuego del mundo…

                    Nureddin agarró la piedra. Un aullido de estremecimiento surgió de los
               árabes,  interrumpido  por  un  agudo  grito  inhumano.  ¡A  Steve  le  pareció,
               horriblemente, que la gran joya había chillado como una cosa viva! La piedra
               se resbaló de la mano del sheik. Puede que Nureddin la dejara caer; a Steve le

               pareció que había saltado con una convulsión, como una cosa viva que da un
               brinco. Cayó  rodando  del  estrado,  botando de  escalón  en  escalón,  mientras
               Nureddin  saltaba  detrás  de  ella,  maldiciendo  al  tiempo  que  su  mano  no
               conseguía  alcanzarla.  Llegó  al  suelo,  dio  un  giro  violento,  y  a  pesar  del

               abundante  polvo,  rodó  como  una  bola  de  fuego  hacia  la  pared  del  fondo.
               Nureddin estaba casi encima de ella… alcanzó la pared… y la mano del sheik
               se alargó para cogerla.
                    Un grito de miedo mortal desgarró el tenso silencio. Sin previo aviso, la

               sólida pared se había abierto. Del negro muro surgió un tentáculo que aferró
               el cuerpo del sheik como una pitón rodea a su víctima, y lo lanzó de cabeza
               hacia la oscuridad. Después, la pared volvió a mostrarse vacía y sólida una
               vez más; sólo desde dentro llegaba un espantoso, agudo y ahogado chillido

               que heló la sangre en las venas a los que lo oyeron. Aullando sin palabras, los
               árabes salieron en estampida, se atascaron en una masa convulsa y estridente
               en  el  pasillo,  y  por  último  bajaron  corriendo  enloquecidos  por  las  anchas
               escaleras.

                    Steve y Yar Ali, tumbados e indefensos, oyeron el frenético estruendo de
               la  huida  desvanecerse  en  la  distancia,  y  miraron  con  horror  estupefacto  la
               tétrica pared. Los chillidos habían decrecido hasta convertirse en un silencio
               aún más  horripilante. Tragando  saliva,  escucharon repentinamente  un  ruido

               que  les  heló  la  sangre  en  las  venas,  el  suave  deslizamiento  del  metal  o  la
               piedra sobre un raíl. Al mismo tiempo, la puerta oculta empezó a abrirse, y
               Steve atisbo en la negrura lo que podría haber sido el resplandor de unos ojos
               monstruosos.  Cerró  sus  propios  ojos;  no  se  atrevía  a  mirar  el  horror  que

               pudiera deslizarse de ese repugnante pozo negro. Sabía que hay tensiones que
               el cerebro humano no puede soportar, y todos los instintos primitivos de su
               alma le gritaban que aquella cosa era una pesadilla y una locura. Notó que
               Yar  Ali  también  cerraba  los  ojos,  y  los  dos  quedaron  inmóviles  como

               muertos.




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