Page 299 - Fantasmas
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Joe HiLL
decir a charlar en serio, durante horas, y llegado un momento
el viejo amigo le dijo: «Eh, te estoy comiendo la oreja» y ella
le contestó: «No te preocupes».
—Un hombre célebre dijo en una ocasión: «Prestadme
vuestros oídos»” —dijo Harriet, y a continuación se dio una
palmada en la frente—. ¿Por qué le haría caso?
Excepto por el pelo oscuro, Dean no se parecía nada a
él. Era bajito. Bobby no estaba preparado para que fuera tan ba-
jo. Era más bajo que Harriet, que no medía mucho más de me-
tro sesenta. Cuando se besaron, Dean tuvo que estirar el cue-
llo. Era compacto y de complexión fuerte, de espaldas anchas
y caderas estrechas. Los ojos detrás de las gruesas gafas con
montura de plástico eran del color del peltre sin bruñir. Eran
ojos tímidos: miró a Bobby cuando Harriet los presentó, des-
pués desvió la mirada, lo miró de nuevo y apartó la vista una
vez más. Y además revelaban su edad; tenían las comisuras cu-
biertas de patas de gallo. Era mayor que Harriet, tal vez in-
cluso diez años mayor.
Acababan de ser presentados cuando Dean gritó de re-
pente:
—¡Ah, así que tú eres ese Bobby! ¡Bobby el gracioso!
¿Sabes que estuvimos a punto de no llamar Bobby a nuestro
hijo precisamente por ti? Harriet me hizo prometer que si al-
guna vez nos encontrábamos contigo te aseguraría que llamar
Bobby a nuestro hijo había sido idea mía. Por Bobby Murcer.
Desde que tuve edad suficiente para imaginar que tendría hi-
jos siempre quise...
—;¡Yo soy gracioso! —interrumpió el niño.
Dean lo cogió por las axilas y lo levantó en el aire.
—:¡Desde luego que lo eres!
? Antonio, en Julio César, de Shakespeare. [N. de la T.]
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