Page 301 - Fantasmas
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Joe Hit
—Lo siento, es horrible —dijo—. Hay comida por todas
partes. Soy un cerdo.
—No pasa nada. ¿Quieres que le pidamos algo a la ca-
marera? ¿Un vaso de agua? ¿Un abrevadero?
Dean inclinó la cabeza hasta casi tocar el plato, temblan-
do con una risa sibilante y asmática.
—Para. Por favor, te lo pido.
Bobby paró, pero no porque se lo pidiera Dean, sino por-
que, por primera vez, la rodilla de Harriet estaba tocando la
suya debajo de la mesa. Se preguntó si lo estaría haciendo adre-
de, y en cuanto pudo se reclinó en el asiento y echó una ojea-
da. No, no era intencionado. Se había quitado las sandalias y
estaba clavando los dedos de un pie en los del otro con tal fuer-
za que la rodilla derecha se movía y tocaba la suya.
—¡Vaya! Me habría encantado tener un profesor como
tú. Alguien capaz de hacer reír a los niños —dijo Dean.
Bobby siguió masticando, aunque no sabía lo que estaba
comiendo. No le sabía a nada.
Dean suspiró y se limpió de nuevo las lágrimas.
—Yo no soy nada gracioso. Ni siquiera soy capaz de
aprenderme los chistes de «cuál es el colmo de...». En realidad,
no sé hacer otra cosa que trabajar. En cambio Harriet es tan
graciosa... Á veces monta shows para Bobby y para mí, ha-
ciendo marionetas con calcetines viejos. Nos reímos tanto que
nos cuesta respirar. Lo llama el show de los teleñecos ambu-
lantes. Patrocinado por la cerveza Blue Ribbon.
Rompió a reír de nuevo y a dar palmadas en la mesa mien-
tras Harriet fijaba la vista en su regazo. Dean dijo:
—Me encantaría que hiciera ese número en el show de
Carson. Es su... ¿cómo lo llaman?, su número estrella.
—Seguro que lo es —dijo Bobby—. Y me sorprende que
Ed McMahon no la haya invitado ya a su programa.
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