Page 302 - Fantasmas
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FANTASMAS
Cuando Dean los dejó de nuevo en el centro comercial y
se marchó a trabajar el estado de ánimo había cambiado. Harriet
parecía distante y era difícil interesarla en ninguna conversación,
aunque no puede decirse que Bobby lo intentara con gran ahín-
co. De pronto se sentía malhumorado, y. ya no le resultaba
divertido pasarse un día entero haciendo de zombi. Lo único
que hacían era esperar, esperar a que los técnicos colocaran
las luces correctamente, a que Tom Savini retocara una herida
que empezaba a parecer de látex y no de carne desgarrada, y
Bobby estaba harto. Le molestaba ver a otros extras divirtién-
dose. Varios zombis habían formado un corrillo y jugaban a
pasarse un tembloroso bazo rojo de goma, que cada vez que
se caía lo hacía con un plaf. ¿Acaso no habían oído hablar del
método Stanislavski? Deberían estar sentados, separados los
unos de los otros y practicando su papel, ensayando gemi-
dos y familiarizándose con un trozo de casquería. Entonces se
escuchó a sí mismo gemir en voz alta, un sonido de enfado y
frustración, y el pequeño Bobby le preguntó si le pasaba al-
go. Le dijo que estaba practicando y el niño se fue a mirar el
partido de béisbol.
Harriet le dijo sin mirarlo:
—Estuvo bien la comida, ¿no?
—Sen-sa-cio-nal —contestó Bobby pensando «ten cui-
dado». Estaba inquieto, lleno de una energía que no sabía có-
mo descargar—. Creo que Dean y yo hemos hecho buenas mi-
gas. Me recuerda a mi abuelo. Yo tenía un abuelo que sabía
mover las orejas, se llamaba Evan. Me daba veinticinco centa-
vos silo ayudaba a recoger leña, cincuenta si lo hacía sin la
camiseta puesta. Dime: ¿cuántos años tiene Dean?
Habían echado a caminar juntos y Harriet se puso rígida
y se detuvo. Giró la cabeza en dirección a Bobby, pero el pelo
le caía sobre los ojos y era difícil distinguir la expresión de su
cara:
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