Page 357 - Fantasmas
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Joe  HiLL



          Me parece  recordar  que  Eddie  no  me  llegó a devolver
    nunca  el examen  de Cameron  y que  yo terminé  entregando
    una  hoja completamente  en  blanco,  aunque a  este  respecto  mis
    recuerdos  son  algo borrosos.  A partir de esa  mañana,  sin em-
    bargo,  empecé  a seguirle  por todas  partes.  Le gustaba hablar
    de su  hermano,  Wayne,  que  había  pasado  cuatro  semanas  de
    una  sentencia  de tres  meses  en  un  centro  de menores,  por ha-
    ber colocado  una  bomba  incendiaria  en un  Oldsmobile,  y que
    ahora se había escapado y vivía en  la calle.  Eddie decía que Way-
    ne  lo llamaba  algunas  veces  presumiendo  de meterse  en  pe-
    leas y de romper  unas  cuantas  crismas.  Sobre  su  hermano  ma-
    yor, lo que contaba  en  cambio  era  bastante  vago.  Que trabajaba
    de peón en  una  granja en  Illinois,  dijo en una  ocasión.  Que ro-
    baba  coches  a negros  en  Detroit,  dijo en  otra.
          Pasábamos  mucho  tiempo con  una  chica de quince años
    llamada  Mindy Ackers,  que hacía  de niñera  de un  bebé  en  un
    apartamento  situado  en  un  bajo frente  al dúplex donde  vivía
    Eddie.  El lugar olía a moho  y orina,  pero  pasábamos  tardes
    enteras  allí, fumando  y jugando  con  ella a las damas,  mientras
    el bebé  gateaba  con  el culo  al aire a nuestros  pies. Otros  días
    Eddie  y yo cogíamos  el sendero  del bosque  detrás  de Chris-
    tobel  Park hasta  el paso  elevado  de peatones  que  había  sobre
    la autopista  111.  Eddie  siempre llevaba una  bolsa de papel ma-
    rrón  llena  de basura  que  había  cogido  del apartamento  en  el
    que Mindy tabajaba de niñera,  llena de pañales cagados y car-
    tones  grasientos  con  restos  de comida  china.  Tiraba  bombas
    de basura  a los camiones  que pasaban debajo del puente.  Una
    vez  apuntó con  un  pañal a un  gigantesco  camión  de dieciocho
    ruedas  decorado  con  llamas  rojas pintadas  y unos  cuernos  de
    toro  en  el capó. El pañal se  estrelló  contra  el parabrisas  del la-
    do del asiento  del copiloto  y el cristal  se  llenó  de una  diarrea
    amarilla.  Los  frenos  chirriaron  y las ruedas  levantaron  humo
    en  el asfalto.  El conductor  hizo  sonar  la bocina  con  furia, un




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