Page 353 - Fantasmas
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Joe HiLL
Entre el estacionamiento de cemento y los pisoteados te-
rrenos del colegio había una hilera de postes de madera que en
otro tiempo sostuvieron una valla. Un chico llamado Cameron
Hodges, de mi clase de Historia de Estados Unidos, estaba sen-
tado en uno de ellos con un par de amigos. Cameron era un
chico de pelo claro, con grandes gafas de montura redondea-
da, detrás de cuyos cristales acechaban unos ojos inquisitivos
y perpetuamente humedecidos. Estaba en la lista de mejores
alumnos y era miembro del consejo de estudiantes, pero a pe-
sar de esos enormes defectos puede decirse que era popular,
que gustaba sin esforzarse por hacerlo. Ello se debía, en parte,
a que no alardeaba de todo lo que sabía, no era de esos que siem-
pre levantan la mano cuando se saben la respuesta a un pro-
blema especialmente difícil. Pero tenía algo más, una sensatez,
una combinación de serenidad y ecuanimidad que le hacía pa-
recer más maduro y experimentado que el resto de nosotros.
Me caía bien, incluso había votado por él en las elecciones
estudiantiles, pero no nos relacionábamos mucho. Yo no me ve-
ía siendo amigo de alguien como él... lo que quiero decir es que
no podía imaginar que alguien como él estuviera interesado en
alguien como yo. Yo era un chico difícil de conocer, poco co-
municativo, que desconfiaba siempre de las intenciones de los
demás, y hostil casi por reflejo. En aquellos días, si alguien se
reía al pasar a mi lado siempre lo miraba con furia, por si aca-
so se estaba burlando de mí.
Conforme me acercaba a él, comprobé que tenía el exa-
men en la mano. Sus amigos estaban comparando sus respues-
tas con las suyas: «Introducción de la desmotadora de algodón
en el sur. Vale, eso es lo que he puesto». En ese momento yo
pasaba justo por detrás de Cameron. No me paré a pensar. Me
incliné y le quité el examen de las manos.
—¡Eh! —gritó Cameron y alargó la mano para recupe-
rar su examen.
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