Page 349 - Fantasmas
P. 349
Joe HiLL
Recuerdo que llegué a casa un domingo a última hora y,
mientras cruzaba a zancadas la cocina con las botas de nieve
puestas para coger algo de la nevera, eché una mirada de reo-
jo a la puerta abierta del sótano y a las escaleras... Lo que vi me
dejó paralizado, sin respiración. Morris estaba sentado de lado
en el último peldaño, con los hombros pegados a las orejas y
la cara de un color pálido pastoso y extraño, torcida en una
mueca. Se apretaba la palma de una mano contra la frente co-
mo si le hubieran dado un golpe. Pero lo que más me alarmó,
en lo que reparé conforme bajaba las escaleras hacia él, fue que
aunque hacía mucho frío en el sótano, demasiado para estar a
gusto allí, las mejillas de Morris estaban empapadas, y la par-
te delantera de su camiseta blanca tenía una mancha de sudor
en forma de uve. Cuando me encontraba a tres peldaños de él
y me disponía a llamarlo por su nombre, abrió los ojos. Al ins-
tante aquella mueca de dolor insoportable empezó a borrar-
se de su cara, que se fue relajando hasta perder toda expresión.
—¿Qué pasa? —pregunté—. ¿Estás bien?
—Sí —dijo con voz neutra—. Es sólo que... me he per-
dido por un minuto.
—¿Has perdido la noción del tiempo?
Pareció necesitar un momento para procesar aquello. En-
tornó los ojos aguzando la mirada y después miró vagamente
su fortaleza, que en ese momento se componía de veinte cajas
formando un gran cuadrado. Más o menos la mitad de ellas es-
taban pintadas de amarillo fluorescente y tenían ventanas cir-
culares recortadas en los laterales. Las había forrado con plás-
tico transparente y repasado con un secador de pelo, de manera
que el plástico se veía homogéneo y bien estirado. Esta parte
del fuerte era la torre de un submarino que Morris había in-
tentado construir en el pasado. De la parte superior de una ca-
ja de gran tamaño salía un periscopio hecho con un cilindro de
cartón para guardar pósters enrollados. El resto de las cajas, en
347