Page 346 - Fantasmas
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FANTASMAS


           lo que yo habría  querido  hacer con  aquella torre,  y tengo  tres
           años  más  que  Morris:  pisarla con  los dos pies sólo por el pla-
           cer  de arrasar  algo grande y construido  con  cuidado,  como

           un  Godzilla  de la Liga Menor.
                Todo  niño  emocionalmente  sano  tiene  ese  instinto.  Para
           ser  sinceros  debo admitir  que en mi caso  lo tenía especialmen-
           te desarrollado.  Mi tendencia  compulsiva  a destruir  cosas  me

           ha acompañado  hasta  la edad  adulta,  e incluyo  en  última  ins-
           tancia  a mi mujer, a quien le desagradaba  esta  costumbre  y me

           lo dejó claro  con  los papeles del divorcio  y un  abogado  de as-
           pecto ictérico,  con  el encanto personal de una  trituradora  y tan
           eficaz  como  ésta  en  los tribunales.
                Morris,  en cambio, pronto perdió todo interés  en su  cons-

           trucción  y pidió un  vaso  de jugo. Mi padre se  lo llevó  a la co-
           cina  mientras  murmuraba  que  al día siguiente  le traería  a mi
           hermano  una  bolsa  gigantesca  de vasos  de papel, para que pu-
           diera  construir  un  castillo  aún  mayor  en  el sótano.  Yo no  me
           podía creer  que Morris  hubiera  dejado allí la torre.  Era una  ten-
           tación que me  resultaba  irresistible.  Me levanté  del sofá, di unos
           cuantos  pasos vacilantes  hacia él...  y entonces  mi madre me  su-
           jetó del brazo y me  detuvo.  Nuestras  miradas  se cruzaron  y en
           la suya  había  implícita  una  oscura  amenaza.  «Ni  se  te  ocu-
           rra.»  Me solté  de su  brazo y salí de la habitación.
                Mi madre  me  quería,  pero  rara  vez  me  lo hacía  saber,  y
           a menudo  parecía  mantenerme  a distancia  de cualquier  de-
           mostración  afectiva.  Me comprendía  mucho  mejor que mi pa-
           dre.  En una  ocasión,  jugando  en  el estanque  de Walden,  tiré
           una  piedra a un  niño  que me  había  salpicado.  La piedra le dio
           en  el brazo  y le hizo  un  feo moretón.  Mi madre  se  ocupó  de
           que no  volviera  a nadar  en  todo  el verano,  aunque  seguíamos
           yendo a Walden  Pond todos  los sábados  por la tarde para que
           Morris  pudiera  chapotear  un  rato.  Alguien  les había  dicho  a
           mis padres que nadar le resultaría  terapéutico,  y mi madre  es-



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