Page 342 - Fantasmas
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FANTASMAS



                 Más  tarde  dejé de pensar  en  Eddie  a fuerza  de acostum-
            brarme  a no  hacerlo.  Si por  casualidad  ocurría  algo que  me
            lo recordaba  —por  ejemplo  si veía  a un  chico  que  se  le pare-
            cía O  leía algo en  la prensa  sobre  un  adolescente  desapareci-
            do—,  inmediatamente,  y casi  de forma  inconsciente,  me  po-
            nía a pensar  en  otra  cosa.
                 En estas  últimas  tres  semanas,  sin embargo,  desde  que
            Morris,  mi hermano  pequeño,  desapareció, pienso en  Ed Prior
            cada vez  más; soy incapaz, por mucho  que lo intente,  de apar-
            tarlo  de mi pensamiento.  La necesidad  de hablar  con  alguien
            sobre lo que sé me  resulta casi insoportable.  Pero  ésta no  es una
            historia  para  contarla  a la policía.  Créanme,  no  les haría  nin-
            gún bien, y a mí podría perjudicarme  bastante.  No puedo de-
            cirles  dónde  buscar  a Morris  —no  puedo  decir  algo que  no
            sé—, pero  creo  que si le contara  esta  historia  a un  detective  me
            haría algunas preguntas  difíciles  de contestar  y causaría  a algu-
            nas  personas  (la madre  de Eddie, por ejemplo,  que  sigue viva
            y se  ha casado  por tercera  vez) un  sufrimiento  innecesario.
                 Es posible, además,  que terminara  con  un  billete  de ida al
            mismo  lugar en  el que  mi hermano  pasó los dos últimos  años
            de su  vida:  el Centro  de Salud  Mental  Wellbrook  Progressive.
            Mi hermano  ingresó  allí por voluntad  propia,  pero  el centro
            también tiene un  ala para reclusos.  Morris  pasaba el trapo  en las
            consultas  externas  cuatro  días  a la semana  y los viernes  por la
            mañana  iba al Pabellón  del Gobernador,  como  lo llaman, a la-
            var  la mierda  de las paredes,  y también  la sangre.
                 ¿Acabo de hablar  de Morris  en  pasado?  Supongo que sí.
            He perdido  la esperanza  de que  suene  el teléfono  y sea  Betty
            Millhauser  llamando  desde  Wellbrook,  con  voz  agitada y en-
            trecortada,  diciéndome  que  lo han encontrado  en  un  refugio
            para  los sin techo  en  algún lugar, y que  lo traen  de vuelta  a
            casa.  Tampoco  creo  que vaya a llamar nadie para contarme  que
            lo han encontrado  flotando  en  el Charles.  En realidad,  no  creo




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