Page 361 - Fantasmas
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Joe  HiLL



   coso  y ambarino.  Morris  había  forrado  las paredes  con  papel
   de envolver regalos de navidad, y chispas y filamentos  de luz bri-
   llaban  aquí y allá en  ondas  temblorosas,  hojas doradas,  rosas  y
   amarillas,  mezclándose  unas  con  otras  y evaporándose.  Era co-
   mo  si en  el curso  de aquel lento  arrastrarme  hasta  el centro  del
   fuerte me  hubiera ido encogiendo poco a poco,  hasta no  ser  más
   grande que un ratón, y hubiera llegado a una  habitación  con  una
   bola giratoria de discoteca  colgada del techo.  La visión de aque-
   llo hizo que me  estremeciera  de asombro.  Me latían las sienes  y
   las luces  extrañas  y palpitantes  me  hacían  daño a los ojos.
         No había visto  a Morris  desde  que llegamos  a casa  y ha-
   bía supuesto  que habría  salido con  mamá  a hacer algún recado.
   Pero  estaba  allí, esperando,  en  la gran  caja central,  sentado
   sobre las rodillas  y con  la espalda vuelta hacia mí. A un  lado te-
   nía un  cómic  y unas  tijeras.  Había  recortado  la contraporta-
   da, la había  enmarcado  en  una  cartulina  negra  y la estaba  pe-
   gando a la pared con  celo.  Al oírme  entrar  me  miró, pero  no
   dijo nada y siguió colgando  su  dibujo.
         Escuché  ruidos  de pies arrastrándose  por el pasadizo de-
   trás de mí y me  deslicé  a un  lado, para hacer sitio.  Un segundo
   después Eddie  asomó  la cabeza por la abertura  circular  y miró
   a su  alrededor.  Tenía  la cara  roja y sonreía  con  hoyuelos  en
   las mejillas.
         —Joder —dijo—.  Mira  este  sitio.  Me  encantaría  poder
   cogerme a alguien aquí.
         Sacó  el resto  del cuerpo  del túnel y se  sentó  sobre  las ro-
   dillas.
         —Qué  fuerte  tan  buéno.  Cuando  tenía  tu  edad  habría
   matado  por tener  uno  así —le dijo a la espalda de Morris,  1g-
   norando  el hecho  de que mi hermano,  de once  años,  era  ya un
   poco  mayor  para jugar a los fuertes.
         Morris  no  contestó.  Eddie  me  miró  de reojo y se  enco-
   sió de hombros.  Después  echó  un  vistazo  alrededor,  inspec-



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