Page 363 - Fantasmas
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Joe HiLL



           Estaba a punto  de salir de casa  —era  un viernes  de la pri-
      mera  quincena  de febrero—  cuando  Eddie  me  llamó  y me  di-
     jo que no fuera a su casa,  sino que me  reuniera  con  él en el puen-
      te elevado  sobre la 111.  Algo en  su tono  de voz,  áspero y tenso,
      me  llamó la atención.  No dijo nada fuera de lo normal, pero  en
      ocasiones  su  voz  parecía  a punto  de resquebrajarse,  y tuve
      la impresión  de que  hacía  esfuerzos  por  no  sucumbir  a una
      oleada  de infelicidad.
           El puente  estaba  a veinte  minutos  andando  desde  mi ca-
      sa,  por  Christobel  Avenue,  atravesando  el parque  y luego si-
      guiendo un  camino  que se  internaba  en  el bosque. Era un  sen-
      dero  cuidado,  pavimentado  de piedra azulada,  y ascendía  por
      las colinas  entre  abetos y arces.  Pasados  unos  quinientos  metros,
      se  llegaba al puente.  Eddie  estaba  inclinado  sobre  la barandilla
      mirando  hacia los coches  que circulaban  en  dirección  este.
           No  me  miró  mientras  me  acercaba a él. Justo  a la altura
      de su  barriga,  en  el muro  que  había  delante  de él, había  tres
      ladrillos  sueltos, y cuando  estuve  a su lado empujó uno  de ellos.
      En un  primer momento  me  asusté,  pero  el ladrillo  cayó enci-
      ma  de un  camión  pesado  que  circulaba  en  ese  momento,  sin
      causar  ningún daño.  El camión  llevaba  un  tráiler  cargado  con
      tuberías  de acero.  El ladrillo  chocó  contra  una  de ellas con  gran
      estrépito y después  rodó por las demás,  desencadenando  toda
      una  sinfonía  de «clangs»  y «bongs»,  como  si alguien hubiera
      dejado caer  un  martillo  por los tubos  de un  órgano.  Eddie  es-
      bozó su  enorme,  fea y desagradable  sonrisa,  que dejaba ver una
      boca  en  la que  faltaban  dientes,  y me  miró  para  comprobar  si
      había disfrutado  con  aquel inesperado  concierto.  Entonces  fue
      cuando le vi el ojo izquierdo,  rodeado  por un  gran  círculo  de
      carne  amoratada  y veteada  de amarillo.
           Cuando  hablé  casi no  reconocía  mi propia voz,  entre-
      cortada  y débil.
           —¿Qué  te ha pasado?



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