Page 367 - Fantasmas
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Joe HitL
Había corrido hasta el asiento trasero gritando: «¡Dios
mío, Amy!». Por tanto, había alguien en el asiento de atrás,
una niña pequeña. La mujer rubia y corpulenta se tapaba un
ojo con la mano enguantada. ¿Le habría entrado una esquirla
de cristal? ¿Por qué no había salido el conductor? ¿Estaría in-
consciente? ¿Muerto? Las piernas no dejaban de temblarme.
Recordaba a Eddie empujando mi mano, el ladrillo deslizán-
dose bajo mis dedos, rodando y después estrellíndose contra
el parabrisas del Volvo. Me di cuenta de que no había mar-
cha atrás, y aquello fue como una revelación. Miré mi mano,
la que había empujado el ladrillo, y vi que sujetaba una fo-
tografía, Mindy Ackers frotándose el triángulo de algodón
entre las piernas. No recordaba haberla cogido y se la mos-
tré a Eddie sin decir nada. Él la miró con ojos nebulosos y des-
concertados.
—Quédatela —dijo. Era la primera vez que uno de los
dos hablaba desde que gritó: «¡Nos largamos de aquí!»
De camino a mi casa, nos cruzamos con mi madre, que
estaba de pie junto al buzón, charlando con la vecina de al la-
do, y me tocó la espalda con gesto distraído al verme, un roce
fugaz con las yemas de los dedos, que me hizo estremecer.
No dije nada hasta que estuvimos dentro quitándonos las
botas y los abrigos en el recibidor. Mi padre estaba en el tra-
bajo, y en cuanto a Morris, no sabía por dónde andaba y tam-
poco me importaba. La casa estaba en penumbra y silenciosa,
con esa quietud propia de los lugares desiertos.
Mientras me desabotonaba mi cazadora de pana, dije:
—Deberíamos llamar a alguien.
Mi voz parecía salir, no de mi pecho ni de mi garganta, si-
no de una esquina de la habitación, de debajo de un montón de
sombreros amontonados.
—¿Llamar a quién?
—A la policía. Para ver si están bien.
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