Page 369 - Fantasmas
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Joe  HiLL



           Transcurrido  un  instante,  asentí  de nuevo.
           —Eso  también  es  mentira.  Todo  lo que  te  conté.  Jamás
      me  llamó.  —Eddie  tomó  aire despacio,  temblando  ligeramen-
      te mientras  lo hacía—.  No  sé dónde  está ni lo que hace.  Sólo
      me  llamó  una  vez,  cuando  todavía  estaba  en  el reformatorio,
      dos días antes  de escaparse.  No parecía estar  bien. Me dijo: «No
      hagas nunca  nada que te pueda hacer entrar  aquí». Me hizo pro-
      metérselo.  Dijo que allí intentaban  volverte  maricón,  que  está
      lleno  de esos  negros  de Boston  que  son  maricones  y se  meten
      contigo.  Después  desapareció  y nadie  sabe  qué ha sido  de él.
      Pero  yo creo  que si estuviera  bien me  habría  llamado.  Estába-
      mos  unidos,  él y yo, así que no  tendría  que estar  aquí, preocu-
      pado por él.  Y conozco  a mi hermano.  Sé que no  se dejaría ama-
      riconar.
           Para entonces  se había puesto  a llorar en  silencio.  Se lim-
      pió las mejillas  con  la manga  de la sudadera  y después  me  mi-
      ró con  ojos fieros  y llorosos.
           —NOo  pienso ir a un  centro  de menores  por un  estúpido
      accidente  que ni siquiera ha sido culpa mía.  Nadie me  va  a con-
      vertir en un  marica.  Ya me  lo hicieron  una  vez.  Ese saco  de mier-
      da, el hijo de puta del novio  de mi madre  de Tennessee...
           Su voz  se quebró y apartó la mirada, jadeando ligeramente.
           No dije nada.  La visión  de Eddie lloroso  me  hizo olvidar
      cualquier argumento  a favor de llamar a la policía. Me silenció
      por completo.
           Él siguió hablando  con  voz  baja y trémula.
           —Lo  hecho,  hecho  está.  Ha sido un  accidente  estúpido.
     Un  mal  rebote.  No  ha sido  culpa de nadie,  y si alguien  ha
      salido  herido  tendremos  que vivir con  ello. Tenemos  que man-
     tenernos  unidos.  Nadie  puede saber que tuvimos  algo que ver
     con  ello.  Cogí los ladrillos  de debajo del puente.  Hay muchos
     sueltos,  así que  nadie  sabrá  que  no  se  cayó solo.  Pero  si de
     verdad  necesitas  llamar  a alguien,  dímelo  primero,  porque  no




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