Page 374 - Fantasmas
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FANTASMAS
Entonces, una tarde, unas tres semanas después del ac-
cidente en la autopista 111, descubrí a Morris en mi habitación,
de pie frente a mi cómoda. El cajón de arriba estaba abierto. En
una mano tenía una caja de cuchillas de repuesto para cúter; el
cajón estaba lleno de cachivaches como ése, cordel, grapas, un
rollo de cinta de embalar... y a veces cuando Morris necesita-
ba algo para su fortaleza interminable asaltaba mis reservas.
En la otra mano sostenía la foto de la entrepierna de Mindy
Ackers. La sujetaba casi pegada a la nariz y la miraba con ojos
como platos llenos de incomprensión.
—NOo hurgues en mis cosas —le dije.
—¿No te da pena que no se le vea la cara? —dijo él.
Le arranqué la fotografía de la mano y la lancé al cajón.
—Como vuelvas a hurgar en mis cosas te mato.
—Hablas como Eddie —dijo Morris volviendo la cabeza
y mirándome. En los últimos días no le había visto mucho, ha-
bía pasado en el sótano más tiempo del habitual. Su cara fina y
de facciones delicadas estaba más delgada de como la recordaba,
y en ese preciso instante me di cuenta de cuán menudo y frágil
era, de su complexión casi infantil. Tenía casi doce años, pero po-
dría haber pasado perfectamente por un niño de ocho—. ¿Siguen
siendo amigos?
Hastiado de estar todo el tiempo preocupado, hablé sin
pensar en lo que decía.
—No lo sé.
—¿Por qué no le dices: «vete»? ¿Por qué no haces que se
vaya?
Estaba casi pegado a mí, mirándome a la cara con sus ojos
desmesurados y sin pestañear.
—No puedo. —En ese momento me di la vuelta porque no
me sentía capaz de sostener su mirada confusa y preocupada.
Estaba al límite de mis fuerzas, con los nervios destrozados—.
Ojalá pudiera. Pero nadie puede hacer que se vaya. —Me apo-
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