Page 376 - Fantasmas
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FANTASMAS
—Gracias, Morris —dije—. Eres un buen chico. Sólo te
pido que te mantengas alejado de mi habitación.
Asintió, pero seguía frunciendo el ceño cuando me rodeó
y salió al pasillo. Lo vi alejarse escaleras abajo, el tiempo que su
sombra de espantapájaros se proyectaba en la pared, crecien-
do con cada paso que daba hacia la luz del sótano, hácia un fu-
turo que construiría colocando una caja sobre otra.
Morris estuvo abajo hasta la hora de la cena —nuestra ma-
dre tuvo que llamarlo a gritos tres veces antes de que subiera—,
y cuando se sentó a la mesa tenía las manos manchadas de un
polvo blanco parecido a la escayola. Volvió al sótano en cuan-
to los platos de la cena estuvieron metidos en agua jabonosa
dentro del fregadero, y permaneció allí hasta casi las nueve de
la noche, y sólo porque mi madre le gritó que era hora de irse
a la cama.
Yo pasé una vez por delante de la puerta del sótano, po-
co antes de irme a la cama, y me detuve un momento. Me ha-
bía parecido oler a algo que al principio no pude identificar,
pegamento, pintura fresca o escayola, o una combinación de
las tres cosas.
Mi padre entró en el recibidor golpeando el suelo con los
pies. Había caído algo de nieve y venía de barrer los escalones
de la entrada.
—¿A qué huele? —le pregunté arrugando la nariz.
Mi padre se acercó a la escalera que bajaba al sótano y
olisqueó.
—Ah sí —dijo—. Morris me comentó que iba a traba-
jar con papel maché. De lo que es capaz con tal de entrete-
nerse, ¿eh?
Mi madre trabajaba de voluntaria en un hogar de ancia-
nos todos los jueves, leyendo cartas a los residentes con pro-
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