Page 379 - Fantasmas
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Joe HiLL
tura amorfa hecha de alambre era la prueba irrefutable de que
el cerebro, ya de por sí débil, de mi hermano se estaba deterio-
rando. Pero ahora'me daba cuenta de que siempre había sido
una luna; cualquiera lo habría visto... cualquiera menos yo. Creo
que ésa había sido siempre mi gran equivocación: si no enten-
día algo a la primera nunca era capaz de mirarlo en retrospecti-
va para deducir el significado del conjunto, y esto me ocurría
tanto con las estructuras de Morris como con mi propia vida.
Al pie mismo de las escaleras estaba la entrada a las cata-
cumbas de cartón construidas por mi hermano. Era una caja
alta, de alrededor de un metro y veinte centímetros y con dos
solapas abiertas a modo de puerta. Dentro había una tela negra
de muselina, que me impedía ver el interior del túnel que par-
tía de la caja y que se transformaba en un laberinto. Escuché
una música, un eco procedente de algún lugar, una melodía que
resonaba, hipnótica. Un barítono de voz profunda cantaba:
«Las hormiguitas de una en una, ua, ua». Me llevó un instante
darme cuenta de que la música procedía del interior de los tú-
neles.
Estaba tan asombrado que me era imposible seguir enfa-
dado con Morris por quitarme la foto de Mindy Ackers. Esta-
ba tan asombrado, digo, que no podía articular palabra. Fue
Eddie quien habló primero.
—Esa luna es increíble —dijo sin dirigirse a nadie en
particular. Parecía como yo, algo desconcertado por la sor-
presa—. Morris, eres un puto genio.
Morris estaba de pie a nuestra derecha, con semblante
inexpresivo y la vista fija en el conjunto de túneles.
—He pegado tu fotografía dentro de mi nuevo fuerte.
En la galería. No sabía que la querías, puedes ir a buscarla si
quieres.
Eddie lanzó una mirada de reojo a Morris y esbozó una
gran sonrisa.
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