Page 382 - Fantasmas
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FANTASMAS



        cuando  pasaba por ellas y de vez  en  cuando  el sonido  ahogado
        de su  cuerpo  rozando  las paredes. Después  le perdí la pista por
        un  momento,  no  conseguía  localizarlo.  Hasta  que  oí su  voz.
              —Los  estoy viendo, —canturreó  y oí cómo  daba golpe-
        citos  a una  superficie  de plástico  grueso.
              Me giré y vi su  cara  detrás  de una  ventana  con  forma  de
        estrella.  Sonreía  de manera  que mostraba  la separación  que te-
        nía en  los dientes  delanteros,  a lo David  Letterman.  Me  hizo
        un  gesto  obsceno  con  el dedo mientras  la luz rojo caldera de la
        lámpara de lava de Morris  proyectaba  reflejos  a su  alrededor.
        Después  siguió avanzando  a cuatro  patas  y nunca  más  volví a
        verlo.
              Pero  sí le oí. Durante  un  buen rato  le oí abrirse paso por
        el laberinto  en  dirección  a la luna y hacia los confines  de nues-
        tro  sótano.  Por  encima  del retumbar  ahogado  de la música
        —«se  metió  en  el arca  y el chaparrón  venció»—,  le escuché
        chocar  contra  las paredes  del laberinto.  Después  vi una  caja
        temblar.  También  le oí pasar  sobre  un  trozo  de papel burbu-
        ja que debía de estar  pegado al suelo  de uno  de los túneles.  Un
        puñado de pompas  de plástico  explotó  en una  sucesión  de pe-
        queños  ruidos  secos,  como  una  ristra  de petardos y le oí de-
        cir:  «¡Joder!».
              Después  de eso  lo perdí. Su voz  me  llegó otra  vez  proce-
        dente  de la derecha,  desde  el extremo  contrario  a donde  lo ha-
        bía oído  la última  vez.
              «¡Mierda!»,  fue todo  lo que  dijo, y por primera vez  me
        pareció  percibir en  su  tono  de voz  y en  su  aliento  entrecorta-
        do un  deje de exasperación  contenida.
              Un instante  después habló de nuevo  y una  oleada de con-
        fusión  me  invadió,  haciendo  que  me  flaquearan  las piernas.
        Ahora su voz  sonaba desde  la izquierda,  algo que no  tenía nin-

        gún sentido,  como  si se  hubiera  desplazado  treinta  metros  en
        cuestión  de segundos.




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