Page 378 - Fantasmas
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FANTASMAS



                —¡Vaya!  —dijo—.
                El sótano  estaba ocupado de una  pared a otra por un  enor-
          me  laberinto  de cajas de cartón.  Morris  había vuelto  a pintar-
          las todas, y cuando  digo todas, quiero decir absolutamente  to-
          das.  Las  que estaban  más  cerca  del pie de las escaleras  eran  del
          blanco  cremoso  de la leche  entera,  pero  conforme  la red de tú-
          neles se  extendía por el resto  de la habitación,  las cajas eran  más
          oscuras,  de un  azul pálido, después violeta  y más  allá de color
          cobalto.  Las  más  alejadas  eran  completamente  negras  y simu-
          laban  un  horizonte  de noche  artificial.
                Vi grandes  cajas de embalaje  con  pasadizos  que  salían
          de todos  sus  lados.  Vi ventanas  recortadas  en  forma  de estre-
          llas y estilizados  soles.  Al principio  pensé que  tenían  pegadas
          cortinas  de plástico  de color  naranja  brillante,  pero  luego re-
          paré en  cómo  latían y aleteaban  suavemente,  y me  di cuenta  de
          que  estaban  hechas  de plástico  transparente  iluminado  des-
          de el interior  por  alguna clase  de luz naranja parpadeante,  la
          lámpara de lava de Morris,  sin duda.  Pero  la mayoría de las ca-
          jas no  tenían ventanas,  sobre todo las que estaban  más  alejadas
          de la escalera y más cerca  de las cuatro  paredes del sótano.  Den-
          tro  de ellas debía  de estar  bastante  oscuro.
                En la esquina noroeste,  y situada  a mayor  altura  que  el
          resto  de las cajas, había una  con  forma  de gigantesca  luna cre-
           ciente hecha de papel maché y pintada de un  blanco  ligeramente
           brillante  y de textura  parecida  a la cera.  Tenía  dibujados  unos
          labios delgados y fruncidos,  y un  solo ojo triste y caído que pa-
           recía  mirarnos  con  una  expresión  algo borrosa  de desilusión.
          No  me  esperaba ver  algo así y me  quedé tan  pasmado  —era
          verdaderamente  inmensa—  que me  costó  darme  cuenta  de que
           en  realidad  se  trataba  de la caja gigante que  antes  había sido el
           cuerpo  del pulpo de Morris.  Entonces  había estado  envuelta  en
          un  ovillo  de alambre  con  dos puntas  retorcidas  a modo  de des-
           tartaladas  antenas.  Recordé  haber pensado  que  aquella escul-




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