Page 373 - Fantasmas
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Joe Hit
cuando palpé un trozo afilado de algo hecho de un material res-
baladizo y. parecido al plástico. Lo saqué y allí estaba: la pola-
roid de Mindy Ackers acariciándose la entrepierna. Al verla se
me revolvió el estómago. Abrí el cajón superior de la cómo-
da, la metí y cerré de golpe. Sentí que me faltaba el aire sólo de
mirarla, de recordar el Volvo estampado contra el árbol, a la
mujer saliendo tapándose un ojo con el guante y gritando:
«¡Dios mío, Amy!». Para entonces mis recuerdos del acciden-
te se estaban volviendo cada vez más borrosos. En ocasiones
imaginaba que la cara de la mujer rubia estaba cubierta de san-
gre. En otras lo que estaba ensangrentado eran los cristales del
parabrisas, rotos y esparcidos por la nieve. Y otras, imagina-
ba que había escuchado el aullido desgarrador de un niño llo-
rando de dolor. Este convencimiento era el más difícil de ahu-
yentar. Estaba seguro de que alguien había gritado, aparte de
la mujer. Quizá había sido yo.
Después de aquel día no quise volver a saber nada de
Eddie, pero no conseguía evitarlo. Se sentaba a mi lado en las
clases y me pasaba notas. Yo tenía que escribirle notas a él tam-
bién, para que no pensara que intentaba ignorarlo. Después del
colegiose presentaba en casa sin avisar y nos poníamos a ver la
televisión juntos. Traía su tablero de ajedrez y lo montábamos
mientras veíamos Los héroes de Hogan. Ahora me doy cuen-
ta —tal vez entonces también lo hacía— de que se estaba pe-
gando a mí a propósito, vigilándome. Sabía que no podía per-
mitirse que nos alejáramos, que si dejábamos de ser colegas yo
podría llegar a hacer cualquier cosa, incluso confesar. Y tam-
bién sabía que yo no tenía valor para poner fin a nuestra amis-
tad, que no podía no abrirle la puerta cada vez que llamaba al
timbre de mi casa. Que aceptaría la nueva situación por muy
incómoda que me resultara, antes que tratar de cambiar las co-
sas y arriesgarme así a un desagradable enfrentamiento.
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