Page 397 - Fantasmas
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Joe HiLL
samente cuando tendría que haber visitado a Morris de haber
seguido él allí.
Un celador me dejó solo en la pequeña habitación de Mo-
rris, en la tercera planta. Paredes blancas, un colchón delgado so-
bre un somier de metal. En el armario, cuatro pares de calceti-
nes y dos paquetes de plástico sin abrir con ropa interior. Un
cepillo de dientes. Revistas: Mecánica para aficionados, Reader's
Digest y un ejemplar de la High Plains Literary Review, que ha-
bía publicado mi ensayo sobre la poesía cómica de Allan Poe.
En el armario encontré también una americana azul que Mo-
rris había transformado, adornándola con luces de un árbol de
navidad. Había un cable eléctrico metido en uno de los bolsillos.
Se la ponía para la fiesta navideña de Wellbrook todos los años,
y era el único objeto que había en la habitación que no era com-
pletamente anodino. La guardé en una bolsa de lavandería.
Me detuve en las oficinas de administración para agrade-
cer a Betty Millhauser que me hubiera dejado revisar las co-
sas de Morris y para decirle que me marchaba. Me preguntó si
había mirado en su casillero, en el departamento de manteni-
miento. Le dije que ni siquiera sabía que tuviera uno, y le pre-
gunté dónde estaba aquel departamento.
—En el sótano.
Dicho sótano era un espacio grande y de techos altos con
suelo de cemento y paredes color beis. Estaba dividido en dos
por una valla negra de alambre rígido. A uno de los lados ha-
bía una pequeña y ordenada área de descanso para el personal
de mantenimiento. Una hilera de lockers, una mesa pequeña y
bancas. Junto a la pared zumbaba una máquina de Coca-
Cola. No podía ver el resto del sótano, ya que las luces, al otro
lado de la alambrada divisoria, estaban apagadas, pero escuché
el suave rumor de agua hirviendo y el murmullo de las cañe-
rías. Aquellos sonidos me recordaron al del interior de una ca-
racola cuando te la llevas a la oreja.
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