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casi la había violado tras una fiesta de la universidad (más deprisa, más deprisa).
                Dieciséis: una borrachera con dos de sus amigas en El Mirador del Pájaro Azul, de
                Portland... Catorce... Doce...
                   "más deprisa más deprisa"...
                   Corrió hacia el sueño, persiguiendo los doce años, atrapándolo, y corrió a través
                de la barrera de memoria que "Eso" había lanzado sobre todos ellos (tenía gusto a
                niebla fría en sus exigidos pulmones oníricos). Corrió hasta sus once años, corrió
                como si la llevara el diablo, y en ese momento miraba atrás, miraba atrás



                   6. Los Barrens, 12.40.


                   por sobre el hombro, buscando señales de ellos, mientras resbalaba por el
                terraplén. No había rastros, al menos de momento. "Le había dado una buena",
                como decía a veces su padre... y el solo recordar a su padre arrojó sobre ella otra
                oleada de culpabilidad y desamparo.
                   Miró bajo el puente desvencijado con la esperanza de ver allí a "Silver", pero no
                estaba. Sólo había un depósito con las armas de juguete que ya nadie se
                molestaba en llevar a casa. Echó a andar por el camino, miró hacia atrás... y allá
                estaban: Belch y Victor prestaban apoyo a Henry, de pie los tres en el borde del
                terraplén, como centinelas indios en una película de Randolph Scott. Henry estaba
                horriblemente pálido. La señaló con un dedo. Victor y Belch empezaron a ayudarlo
                a descender. Sus talones levantaban tierra y grava.
                   Beverly los miró por un largo instante, casi hipnotizada. Luego volvió a correr
                cruzando el hilo de agua que discurría bajo el puente, sin reparar en las piedras de
                Ben. Corrió por la senda, jadeando. Sentía temblar los músculos de las piernas.
                Ya no le quedaba mucho. La casita del club. Si lograba llegar hasta allí quizá
                estuviera a salvó.
                   Corrió por el sendero abierto; las ramas azotaban sus mejillas, imponiéndoles
                aún más color. Una le golpeó en el ojo haciéndola lagrimear. Se desvió a la
                derecha avanzando a tumbos por entre la maleza y llegó al claro. Tanto la
                trampilla como el ventanuco estaban abiertas; desde dentro surgía música de rock
                and roll. Al oír sus pasos. Ben Hanscom asomó la cabeza. Tenía una caja de
                caramelos de menta en una mano y una revista de "Archie" en la otra.
                   Echó un vistazo a Beverly, boquiabierto. En otras circunstancias eso habría sido
                casi divertido.
                   --Bev, ¿qué diablos...?
                   Ella no se molestó en responder. Atrás, no demasiado atrás, se oía ruido de
                ramas rotas; de pronto, un juramento sordo. Al parecer, Henry estaba volviendo a
                la vida. Por lo tanto, Beverly se limitó a correr hacia la trampilla. Su cabellera
                volaba tras ella enredada de hojas verdes, ramitas y basura recogidos al pasar
                bajo el camión.
                   Ben la vio llegar como un regimiento aerotransportado y desapareció tan
                rápidamente como había surgido. Cuando Beverly saltó, la sujetó con torpeza.
                   --Cierra todo -jadeó ella-. ¡Date prisa, Ben, por el amor de Dios! ¡Ya vienen!
                   --¿Quiénes?
                   --Henry y sus amigos. Henry se ha vuelto loco. Tiene un cuchillo...
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