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Ben dejó caer sus caramelos y su revista y cerró atropelladamente la trampilla.
                La cara superior estaba cubierta de hierba que el pegamento especial seguía
                sosteniendo bastante bien. Algunos trozos se habían aflojado, pero eso era todo.
                Beverly se alzó de puntillas para cerrar el ventanuco. Quedaron en la oscuridad.
                   Buscó a tientas a Ben y lo abrazó con la fuerza del pánico. Al cabo de un
                momento él también la abrazó. Ambos estaban de rodillas. Con súbito horror,
                Beverly se dio cuenta de que la radio de Richie seguía sonando en la oscuridad:
                Era Little Richard cantando "The girl cant help it".
                   --Ben... la radio... van a oírla...
                   --¡Mierda!
                   Ben la empujó con su fofa cadera y la radio cayó al suelo. Little Richard les
                informó, con su acostumbrado y ronco entusiasmo, que la chica no podía evitar
                que los hombres se detuvieran a mirarla. El coro atestiguó que, en efecto, no
                podía. Ben ya estaba jadeando. Ambos parecían un par de locomotoras de vapor.
                De pronto se oyó "crunch"... y silencio.
                   --Oh, diablos -protestó Ben-. La he aplastado. A Richie le va a dar un ataque.
                   La buscó a tientas en la oscuridad. Ella sintió que una mano le tocaba un pecho
                y se apartaba súbitamente, como ante una quemadura. Lo buscó con la mano,
                encontró su camisa y lo atrajo hacia sí.
                   --Beverly, ¿qué...?
                   --¡Chist!
                   Él guardó silencio. Se sentaron juntos, abrazados, mirando hacia arriba. La
                oscuridad no era tan perfecta; había una estrecha línea de luz por un costado de
                la trampilla. Otras tres recortaban el estrecho ventanuco. Una de ellas era
                bastante amplia, al punto de permitir la caída de un rayo de sol en la casita. Ella
                rezó para que los otros no la vieran.
                   Los oía aproximarse. Al principio no distinguió las palabras. Cuando llegó a
                escucharlas, apretó a Ben con más fuerza.
                   --Si escapó por los cañaverales será fácil seguirle el rastro -estaba diciendo
                Victor.
                   --Suelen jugar por aquí -replicó Henry. Hablaba con voz tensa, pronunciando las
                palabras a pequeños borbotones, con gran esfuerzo-. Es lo que dijo Boogers
                Taliendo. Y el día de aquella pelea a pedradas venían de aquí.
                   --Sí, juegan a vaqueros y cosas así -dijo Belch.
                   De pronto se oyeron pasos retumbar justo encima de ellos. La trampilla, cubierta
                de hierba, vibró. Un poco de tierra cayó sobre la cara de Beverly. Ellos estaban de
                pie sobre la casita. Beverly tuvo un calambre estomacal y se mordió los labios
                para ahogar un grito. Ben le puso una manaza en la mejilla y le apretó la cara
                contra el brazo mientras miraba hacia arriba, a la espera de lo peor. Tal vez ya lo
                sabían y aquello era un juego.
                   --Tienen un escondite -decía Henry-. Me lo dijo Boogers. Una casita en un árbol
                o algo así.
                   --Pues si les gustan los árboles, les voy a dar leña -dijo Victor.
                   Belch soltó un rebuzno de risa.
                   "Tump, tump, tump", por arriba. La tapa se movía un poco más a cada paso.
                Iban a darse cuenta; la tierra no cedía de ese modo.
                   --Vamos a buscar por el río -dijo Henry-. Apostaría a que está allá abajo.
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