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Si Henry había perseguido a una anciana, eso era cruzar la línea visual. Y eso,
                como ninguna otra cosa, sugería que Henry estaba loco de verdad.
                   Beverly leyó en su cara que él le creía y sintió alivio. No tendría que contarle lo
                del señor Ross, que se había limitado a plegar su diario para entrar en su casa. No
                quería contarle eso. Le daba demasiado miedo.
                   --Subamos Kansas Street -dijo Ben, abriendo abruptamente la trampilla-.
                Prepárate para correr.
                   Se levantó en la abertura y miró en derredor. El claro estaba silencioso. Se oía el
                rumor del Kenduskeag a poca distancia, trinos de pájaros, el "tumtud, tum-tud" de
                una locomotora diesel que resoplaba en los patios del ferrocarril. No oyó náda más
                y eso lo puso nervioso. Habría preferido oír las maldiciones de Henry, Victor y
                Belch entre los matorrales, junto al arroyo. Pero no se oía nada.
                   --Vamos -dijo.
                   Y ayudó a Beverly a subir. Ella también miró alrededor, intranquila, apartándose
                el pelo con las manos.
                   Él le tomó la mano y ambos avanzaron por entre las hierbas hacia Kansas
                Street.
                   --Será mejor que no utilicemos el sendero.
                   --Nada de eso -dijo ella-. Tenemos que darnos prisa.
                   --Bueno -asintió él.
                   Tomaron el sendero y echaron a andar hacia Kansas. Beverly tropezó con una
                piedra y



                   7. Terrenos del Seminario Teológico, 2.17.


                   cayó pesadamente en la acera plateada por la luna. Soltó un gemido y, con él,
                un largo hilo de sangre que salpicó el pavimento resquebrajado. A la luz de la luna
                parecía negra como sangre de escarabajo. Henry la miró por un largo instante,
                aturdido, y levantó la cabeza para mirar alrededor.
                   En Kansas reinaba el silencio de la madrugada; las casas estaban cerradas y a
                oscuras, salvo algunos faroles.
                   Allí había una alcantarilla.
                   Alguien había atado a la reja de hierro un globo con una cara sonriente. El globo
                se bamboleaba a impulsos de la brisa ligera.
                   Henry volvió a levantarse sujetándose el vientre con una mano pegajosa. El
                negro se la había dado buena, pero Henry se la había dado mejor. Sí, señor. Por
                lo que al negro concernía, Henry estaba seguro de haber hecho algo muy "bueno".
                   --Ese chico puede darse por muerto -murmuró Henry mientras pasaba, a
                tropezones, junto al globo. Otro poco de sangre le untó la mano-. Ese chico está
                acabado. Lo liquidé a él y los voy a liquidar a todos. Así aprenderán a no tirar
                piedras.
                   El mundo se mecía en oleadas lentas, enormes, como las que se veían por
                televisión al comenzar cada capítulo de "Hawaii 5-0".
                   ("anótalos Dano, jajá, Jack Lord muy bueno. Jack Lord muy bueno").
                   Y Henry podía Henry podía Henry casi podía
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