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--De acuerdo -dijo Victor.
                   "Tump, tump". Se iban. Bev dejó escapar un suspiro de alivio. Y de pronto Henry
                dijo:
                   --Quédate a custodiar el sendero, Belch.
                   --Bien -dijo Belch.
                   Y empezó a pasearse. A veces cruzaba justamente por la tapa. Seguía cayendo
                tierra. Ben y Beverly se miraban las caras tensas y sucias. La chica notó entonces
                que no había sólo olor a humo en la casita, sino también a la fetidez del sudor y la
                basura. Y a pesar del olor se abrazó a Ben con más fuerza. De pronto, su
                corpulencia le resultaba agradable y consoladora. Se alegró de que hubiera
                mucho para abrazar. Quizá, al terminar las clases, Ben no era más que un gordo
                asustado, pero ahora era mucho más que eso; había cambiado, como todos ellos.
                Si Belch los descubría, Ben era capaz de darle una buena sorpresa.
                   --Si les gustan los árboles les voy a dar leña -repitió Belch y rió entre dientes. La
                risa de Belch Huggins era un sonido grave, de duende-. Si les gustan los árboles
                les voy a dar leña. Eso es bueno. ¡Ja! Muy bueno.
                   Beverly notó entonces que el torso de Ben se sacudía en movimientos bruscos y
                breves; parecía estar soltando el aire en pequeñas bocanadas. Por un momento
                pensó que estaba llorando, pero al mirarlo mejor se dio cuenta de que intentaba
                no reír. Los ojos del chico, desbordando lágrimas se encontraron con los suyos. A
                la escasa luz que entraba por las rendijas, ella vio que su compañero tenía la cara
                casi morada por el esfuerzo de contener la risa.
                   --Si les gustan los árboles, les doy leña, leñita, leña -dijo Belch.
                   Y se sentó pesadamente en el centro mismo de la trampa. Entonces el techo se
                estremeció de un modo alarmante. Uno de los soportes emitió un crujido
                inquietante. Esa trampilla estaba pensada para sostener el peso de la hierba, pero
                no los setenta y dos kilos de Belch Huggins.
                   "Si no se levanta pronto acabará en nuestro regazo", pensó Beverly, y la histeria
                de Ben empezó a contagiársele. Se imaginó de pronto abriendo un resquicio en el
                ventanuco para sacar la mano y propinar un buen pellizco en el culo de Belch, que
                seguía murmurando y riendo bajo el sol. Hundió la cara contra el pecho de Ben en
                un último esfuerzo por no soltar la carcajada.
                   --Chist -susurró Ben-. Venga, Bev...
                   "Crrrac", más audible esa vez.
                   --¿Resistirá? -murmuró ella.
                   --Puede, si Belch no se tira un pedo.
                   Un momento después, Belch hizo exactamente eso: soltó un fuerte trompetazo
                que pareció durar varios segundos. Los chicos se estrecharon más aún sofocando
                mutuamente las risitas frenéticas.
                   Entonces, débilmente, oyó que Henry llamaba a Belch.
                   --¿Qué? -vociferó éste, levantándose y haciendo caer más tierra sobre Ben y
                Beverly-. ¿Qué, Henry?
                   Henry gritó algo más, de lo cual Beverly sólo pudo distinguir las palabras "orilla y
                matojos".
                   --¡Allá voy! -bramó Belch.
                   Sus pies cruzaron la tapa por última vez. Se oyó último crujido, más fuerte y una
                astilla de madera aterrizó en el regazo de Bev, que la recogió, extrañada.
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