Page 160 - La sangre manda
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El sueño se desvanece antes de que pase al pantalón del traje, o bien la

               mente  consciente  de  Holly  se  niega  a  recordarlo  a  la  mañana  siguiente,
               cuando suena la alarma de su móvil. En todo caso, despierta con la sensación
               de no haber descansado, y se come el huevo y las tostadas a desgana, a modo
               de  simple  combustible  para  lo  que  será  un  día  difícil.  Le  gusta  viajar  por

               carretera, pero en esta ocasión la perspectiva le pesa en los hombros como
               una carga física.
                    La pequeña bolsa azul —lo que ella llama su «porsiacaso»— está junto a
               la puerta, con una muda de ropa y sus artículos de aseo, por si tiene que pasar

               la  noche  fuera.  Se  cuelga  la  correa  al  hombro,  baja  en  ascensor  desde  su
               acogedor  apartamento,  abre  la  puerta  y  allí  encuentra  a  Jerome  Robinson,
               sentado en el portal. Está bebiendo una Coca-Cola y tiene al lado la mochila
               con el adhesivo JERRY GARCÍA VIVE.

                    —¿Jerome? ¿Qué haces aquí? —Y como no puede evitarlo, añade—: Y
               bebiendo Coca-Cola a las siete y media de la mañana, uf.
                    —Me voy contigo —responde él, y le lanza una mirada que indica que no
               le servirá de nada oponerse.

                    A Holly le parece bien, porque no es ese su deseo.
                    —Gracias, Jerome —contesta. Le cuesta, pero logra contener el llanto—.
               Eres muy amable.





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               Jerome conduce la primera mitad del viaje, y cuando se detienen para repostar
               e ir al baño en la autopista, cambian de puesto. Holly tiene la sensación de

               que el temor ante lo que la espera (nos espera, se corrige) empieza a acecharla
               a  medida  que  se  aproximan  a  Covington,  un  barrio  de  las  afueras  de
               Cleveland.  Para  mantenerlo  a  raya,  pregunta  a  Jerome  por  su  proyecto.  Su
               libro.
                    —Por supuesto, si no quieres hablar de eso… Sé que a algunos autores

               no…
                    Pero Jerome lo está deseando. El libro empezó como un trabajo para una
               asignatura  llamada  sociología  en  blanco  y  negro.  Jerome  decidió  escribir

               sobre  su  tatarabuelo,  nacido  en  1878,  hijo  de  antiguos  esclavos.  Alton
               Robinson pasó su infancia y los primeros años de su vida adulta en Memphis,
               donde a finales del siglo XIX existía una próspera clase media negra. Cuando
               la fiebre amarilla y las bandas de vigilantes clandestinos blancos irrumpieron
               en esa subeconomía en plácido equilibrio, buena parte de la comunidad negra



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