Page 251 - La sangre manda
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—Demandar ¿a quién? —pregunta el tío Henry. Luego, riendo, añade—:

               ¡Horton escucha a Quién! ¡A los niños les encantaba!
                    —Voy  a  por  un  café  —dice  Charlotte  poniéndose  en  pie—.  Quizá
               también una de esas tartitas. ¿Tú quieres algo, Holly?
                    Holly niega con la cabeza.

                    —Otra vez has dejado de comer —reprocha Charlotte, y se va sin que a
               Holly le dé tiempo de contestar.
                    Henry la observa alejarse.
                    —Nunca afloja, ¿eh?

                    Esta vez es Holly quien se ríe. No puede contenerse.
                    —No. Desde luego.
                    —No, nunca. Tú no eres Janey.
                    —No. —Y espera.

                    —Tú eres… —Holly casi oye girar unos engranajes oxidados—. Holly.
                    —Exacto. —Le da una palmada en la mano.
                    —Me gustaría volver a mi habitación, pero no recuerdo cómo se llega.
                    —Yo conozco el camino —responde Holly—. Te llevaré.

                    Juntos recorren el pasillo lentamente.
                    —¿Quién era Julia? —pregunta Holly.
                    —Hermosa como el amanecer —contesta el tío Henry.
                    Holly decide que con esa respuesta basta. Como verso, es sin duda mejor

               que cualquiera de los que ella escribió.
                    En  la  habitación,  intenta  guiarlo  hacia  la  butaca  colocada  junto  a  la
               ventana, pero él se desprende de su mano y va a la cama, donde se sienta con
               las manos cruzadas entre los muslos. Parece un niño anciano.

                    —Creo que voy a tenderme, cielo. Estoy cansado. Charlotte me cansa.
                    —A veces a mí también me cansa —dice Holly.
                    En otro tiempo no habría reconocido eso ante el tío Henry, que con mucha
               frecuencia se confabulaba con su madre, pero este es un hombre distinto. En

               algunos sentidos, mucho más amable. Además, al cabo de cinco minutos se
               olvidará de lo que ella ha dicho. Al cabo de diez, se olvidará de que ha estado
               allí.
                    Holly se inclina para darle un beso en la mejilla, pero de pronto, cuando

               sus labios casi le rozan la piel, se detiene al oírlo decir:
                    —¿Qué te pasa? ¿De qué tienes miedo?
                    —Yo no…
                    —Sí tienes. Vaya si tienes.







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