Page 256 - La sangre manda
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19 de diciembre de 2020
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Holly permanece entre cuatro filas de coches detenidos en dirección sur, a
ochenta kilómetros de la ciudad todavía, pensando que, si ese atasco
kilométrico no se diluye pronto, puede que llegue tarde, no antes de tiempo, a
su propio funeral.
Como mucha gente con problemas de inseguridad, es una planificadora
compulsiva, y por tanto casi siempre llega pronto. Preveía estar en Finders
Keepers a la una de este sábado como mucho, pero ahora incluso las tres
empieza a ser una previsión optimista. Rodeada de coches (y detrás de un
camión de basura viejo y enorme cuya sucia parte posterior se alza como un
acantilado de acero), siente claustrofobia, enterrada viva (mi propio funeral).
Si tuviera tabaco en el coche, estaría fumando un cigarrillo tras otro. Recurre
a los caramelos para la tos, que considera su táctica contra el tabaco, pero solo
se ha metido media docena en el bolsillo del abrigo y pronto se le habrán
terminado. Eso le dejaría las uñas, si no se las hubiese cortado tanto que es
imposible mordérselas.
Llego tarde a una cita muy importante.
La causa no ha sido la entrega de regalos, que ha tenido lugar después del
tradicional desayuno de su madre a base de gofres y beicon (aún falta casi una
semana para Navidad, pero Holly estaba dispuesta a fingir por seguirle la
corriente. Charlotte ha regalado a Holly una blusa de seda con volantes que
nunca se pondrá (aunque sobreviva), unos zapatos de medio tacón (ídem) y
dos libros: El poder del ahora y Ansiosos por nada: menos preocupación,
más paz. Holly no había tenido ocasión de envolver sus regalos, pero había
comprado una bolsa de estilo navideño para ponerlos dentro. Charlotte ha
lanzado exclamaciones ante las zapatillas forradas de piel y ha movido la
cabeza en un indulgente gesto de negación ante el albornoz, una compra de
79,50 dólares.
—Esto es al menos dos tallas más. Imagino que no has guardado el
comprobante de compra, cariño.
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