Page 257 - La sangre manda
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—Creo que lo tengo en el bolsillo del abrigo —ha contestado Holly, que

               sabía de sobra que lo había guardado.
                    Hasta  ahí  todo  bien.  Pero  entonces,  sin  venir  a  cuento,  Charlotte  ha
               propuesto ir a ver a Henry para desearle felices fiestas, ya que Holly no estará
               el  verdadero  gran  día.  Holly  ha  consultado  el  reloj.  Nueve  menos  cuarto.

               Confiaba en estar en la carretera de camino al sur a las nueve, pero era un
               hecho que a veces uno llevaba el comportamiento obsesivo demasiado lejos:
               ¿para qué, exactamente, quería llegar con cinco horas de antelación? Además,
               si  las  cosas  iban  mal  con  Ondowsky,  sería  su  última  oportunidad  de  ver  a

               Henry, y sentía curiosidad por lo que le había dicho: ¿De qué tienes miedo?
                    ¿Cómo  lo  sabía?  Desde  luego  nunca  había  parecido  especialmente
               sensible a los sentimientos de los demás. Más bien lo contrario, de hecho.
                    Así  que  Holly  ha  accedido,  y  se  han  puesto  en  marcha,  y  Charlotte  ha

               insistido en conducir, y han tenido un pequeño accidente en un cruce. No se
               han  activado  los  airbags,  nadie  ha  resultado  herido,  no  han  avisado  a  la
               policía,  pero  ha  conllevado  ciertas  justificaciones  previsibles  por  parte  de
               Charlotte.  Ha  apelado  a  una  placa  de  hielo  imaginaria,  pasando  por  alto  el

               hecho de que ella, como hacía siempre, en lugar de parar al llegar el cruce, se
               ha limitado a aminorar la marcha; Charlotte Gibney lleva toda su vida como
               conductora dando por sentado que tiene preferencia.
                    El  hombre  del  otro  vehículo  ha  reaccionado  bastante  bien,  asintiendo  a

               todo lo que Charlotte decía, pero han tenido que intercambiar los datos de los
               seguros, y para cuando han reanudado su camino (Holly estaba casi segura de
               que el hombre cuyo parachoques han embestido le ha guiñado el ojo antes de
               volver a su propio vehículo) eran las diez, y en todo caso la visita ha acabado

               siendo un fracaso absoluto. Henry no las ha reconocido. Ha dicho que debía
               vestirse para irse al trabajo y les ha pedido que no lo molestaran más. Cuando
               Holly  le  ha  dado  un  beso  antes  de  irse,  la  ha  mirado  con  recelo  y  ha
               preguntado si era una costumbre de los testigos de Jehová.

                    —Ahora conduce tú —ha dicho Charlotte cuando salían—. Yo estoy muy
               nerviosa.
                    Holly ha accedido gustosamente.
                    Había dejado la bolsa de viaje en el recibidor. Cuando se la ha echado al

               hombro y se ha vuelto hacia su madre para su habitual saludo de despedida —
               dos roces secos en las mejillas—, Charlotte ha rodeado con los brazos a la
               hija a la que había denigrado y menospreciado toda su vida (no siempre de
               manera inconsciente) y ha roto a llorar.







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