Page 262 - La sangre manda
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Se detiene.

                    Voy a volverme loca, piensa Holly. Aquí parada, mirando la parte de atrás
               de este camión de la basura, va a estallarme la cabeza. Seguramente cuando
               ocurra oiré el ruido. Como cuando se parte una rama.
                    Ha  empezado  a  declinar  la  luz  de  este  día  de  diciembre,  a  solo  dos

               recuadros  de  calendario  del  día  más  corto  del  año.  El  reloj  del  salpicadero
               indica que no espere llegar al edificio Frederick antes de las cinco, y eso solo
               ocurrirá si el tráfico empieza a moverse otra vez pronto… y si no se le acaba
               la gasolina. Queda poco más de un cuarto de depósito.

                    Podría no presentarme a mi cita, piensa. Él podría llegar, llamarme para
               que le enviara el código de la puerta en un mensaje de texto, y no obtener
               respuesta. Creerá que me he acobardado y me he echado atrás.
                    La idea de que el azar, o alguna fuerza malévola (el pájaro de Jerome,

               muy sucio y gris escarcha), pueda haber dispuesto que su segundo encuentro
               cara a cara con Ondowsky se trunque no le produce el menor alivio. Porque
               ahora  ella  no  solo  consta  en  la  lista  de  éxitos  personal  de  ese  ser;  es  su
               número uno con diferencia. Enfrentarse a él en su terreno, y con un plan, le

               habría dado ventaja. Si Holly la pierde, él intentará cogerla por sorpresa. Y tal
               vez lo logre.
                    En una ocasión tiende la mano hacia el teléfono para llamar a Pete, para
               decirle  que  un  individuo  peligroso  va  a  presentarse  en  la  puerta  lateral  del

               edificio, y que debe abordarlo con cautela, pero Ondowsky se lo quitaría de
               encima con su labia. Fácilmente. La labia es su medio de vida. Aunque no
               fuera así, Pete tiene ya sus años y pesa al menos diez kilos más que cuando se
               retiró de la policía. Pete es lento. El ser que se hace pasar por periodista de

               televisión  es  rápido.  Holly  no  pondrá  en  peligro  a  Pete.  Es  ella  quien  ha
               sacado al genio de la botella.
                    Frente a ella, las luces de freno del camión de la basura se apagan. Avanza
               quince metros más o menos y vuelve a detenerse. Sin embargo, esta vez el

               alto es más breve, y el avance posterior, más largo. ¿Es posible que el atasco
               se esté disolviendo? Apenas se atreve a creerlo, pero alberga esa esperanza, la
               esperanza de Holly.
                    Que  resulta  justificada.  Al  cabo  de  cinco  minutos,  circula  a  sesenta  y

               cinco kilómetros por hora. Al cabo de siete, a ochenta por hora. Al cabo de
               once, pisa a fondo y se adueña del carril de adelantamiento. Cuando pasa a
               toda velocidad junto a la colisión múltiple de tres coches que ha causado el
               embotellamiento,  apenas  mira  de  soslayo  los  vehículos  siniestrados,  ya

               retirados en la mediana.




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