Page 263 - La sangre manda
P. 263
Si puede mantener la velocidad a ciento diez hasta que abandone la
autopista en la salida del centro, y luego encuentra en verde la mayoría de los
semáforos, calcula que puede estar en su edificio a las cinco y veinte.
5
De hecho, Holly llega a las inmediaciones de su edificio a las cinco y cinco. A
diferencia del centro comercial de Monroeville, tan extrañamente poco
concurrido, en esa parte de la ciudad hay mucho mucho ajetreo. Eso es bueno
y malo. Sus posibilidades de atisbar a Ondowsky en medio de la
muchedumbre de compradores bien abrigados de Buell Street son escasas,
pero las posibilidades de él de atraparla (si ese es su propósito, cosa que Holly
no descartaría) son igual de escasas. Sería jugarse el tipo, como diría Bill.
Como para compensar su mala suerte en la autopista, ve salir un coche de
una plaza de aparcamiento prácticamente enfrente del edificio Frederick.
Espera a que el otro automóvil se vaya y retrocede con cuidado para entrar en
el hueco, procurando permanecer indiferente al descerebrado que toca la
bocina detrás de ella. En circunstancias menos tensas, esos bocinazos
incesantes podrían haberla inducido a abandonar el hueco, pero no ve otro
espacio en toda la manzana. Eso la obligaría a buscar sitio en el parking,
probablemente en una de las plantas superiores, y Holly ha visto demasiadas
películas en las que ocurren cosas malas a las mujeres en los parkings. Sobre
todo de noche, y ya ha anochecido.
El conductor que tocaba la bocina pasa en cuanto el morro del coche de
alquiler de Holly deja espacio suficiente, pero el descerebrado —en realidad
la descerebrada— aminora lo justo para desear a Holly feliz Navidad con el
dedo medio en alto.
Cuando sale del coche, advierte una brecha en el tráfico. Holly podría
aprovecharla y cruzar la calle ahí mismo —al menos si echa a correr—, pero
va hasta la esquina y se suma a una multitud de compradores que esperan a
que cambie el semáforo. Cuanta más gente, menos peligro. Lleva en la mano
la llave de la puerta principal del edificio. No tiene intención de ir hasta la
entrada lateral. Está en el callejón de servicio, y ahí sería un blanco fácil.
Cuando introduce la llave en la cerradura, pasa muy cerca de ella, casi
arrollándola, un hombre con una bufanda en torno a la parte inferior del rostro
y un gorro ruso calado hasta las cejas. ¿Ondowsky? No. O probablemente no.
¿Cómo puede estar segura?
Página 263