Page 264 - La sangre manda
P. 264

El vestíbulo, no mayor que una caja de zapatos, está vacío. La iluminación

               es exigua. Las sombras se extienden por todas partes. Se dirige a toda prisa
               hacia el ascensor. Es uno de los edificios más antiguos del centro, de  solo
               ocho  plantas,  puro  estilo  Medio  Oeste,  y  dispone  de  un  único  ascensor.
               Espacioso  y  teóricamente  moderno,  pero  uno  es  uno.  Se  sabe  que  los

               inquilinos se han quejado de eso, y a menudo los que van con prisa suben por
               la escalera, sobre todo aquellos que tienen la oficina en las plantas inferiores.
               Holly sabe que también hay un montacargas, pero durante el fin de semana no
               está en funcionamiento. Aprieta el botón de llamada, convencida de pronto de

               que el ascensor estará averiado una vez más y su plan se vendrá abajo. Pero
               las  puertas  se  abren  de  inmediato  y  una  voz  robótica  femenina  le  da  la
               bienvenida: «Hola. Bienvenido al edificio Frederick». Con el vestíbulo vacío,
               Holly  tiene  la  impresión  de  que  es  una  voz  incorpórea  en  una  película  de

               terror.
                    Las puertas se cierran y pulsa el cuatro. Hay una pantalla de televisión que
               en los días laborables muestra noticias y anuncios, pero ahora está apagada.
               Gracias a Dios tampoco se oyen villancicos.

                    «Subiendo», dice la voz robótica.
                    Me  estará  esperando,  piensa.  Habrá  conseguido  entrar  de  algún  modo;
               cuando  se  abran  las  puertas  del  ascensor  me  estará  esperando,  y  no  tendré
               escapatoria.

                    Pero las puertas se abren y en el rellano no hay nadie. Pasa por delante del
               buzón (tan anticuado como moderno el ascensor parlante), por delante de los
               lavabos,  y  se  detiene  ante  una  puerta  con  el  rótulo  ESCALERA.  Todo  el
               mundo se queja de Al Jordan, y con razón; el portero es incompetente y vago.

               Pero debe de tener algún contacto, porque conserva el empleo pese a la basura
               que se amontona en el sótano, la cámara averiada en la entrada lateral y la
               lenta —casi caprichosa— entrega de los paquetes. A eso se suma el asunto
               del elegante ascensor japonés, que cabreó a todo el mundo.

                    Esta  tarde  Holly  cuenta  con  los  descuidos  de  Al  para  así  no  tener  que
               perder tiempo entrando en la oficina a por una silla a la que subirse. Abre la
               puerta  que  comunica  con  la  escalera  y  tiene  suerte.  Abandonado  en  el
               descansillo  —y  obstruyendo  el  paso  a  la  quinta  planta,  probablemente  una

               infracción  del  reglamento  contra  incendios—  hay  diverso  material  de
               limpieza, que incluye una fregona apoyada contra la barandilla y un cubo con
               ruedas y escurridor medio lleno de agua sucia.
                    Holly se plantea vaciar el turbio contenido del cubo escaleras abajo —Al

               se lo tendría bien merecido—, pero al final no se atreve a hacerlo. Lo empuja




                                                      Página 264
   259   260   261   262   263   264   265   266   267   268   269