Page 51 - La sangre manda
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haced esto en conmemoración mía”». Las galletas no eran la comunión —

               seguramente el reverendo habría considerado esa idea una blasfemia—, pero
               me la comí encantado de todos modos.
                    —También tuvo en cuenta a Pete —informó la señora G. Se refería a Pete
               Bostwick, el jardinero.

                    —Todo un detalle —dije, y alargué la mano para coger otra galleta—. Era
               un buen hombre, ¿verdad?
                    —De  eso  ya  no  estoy  tan  segura  —contestó—.  Era  íntegro,  eso  por
               descontado, pero no te convenía ponerte a malas con él. ¿No te acordarás por

               casualidad de Dusty Bilodeau? No, imposible, era anterior a tus tiempos.
                    —¿De los Bilodeau, los que viven en el parque de caravanas?
                    —Sí, exacto, al lado de la tienda, pero no creo que Dusty esté entre ellos.
               Ese debió de poner tierra por medio hace mucho. Fue el jardinero antes que

               Pete, pero no llevaba ni ocho meses en el puesto cuando el señor Harrigan lo
               sorprendió robando y lo puso de patitas en la calle. No sé cuánto se llevó, ni
               cómo lo descubrió el señor Harrigan, pero el asunto no acabó con el despido.
               Ya  sé  que  conoces  algunas  de  las  donaciones  que  el  señor  H  hizo  a  este

               pueblo  y  las  distintas  maneras  en  que  ayudó,  pero  Mooney  no  contó  ni  la
               mitad, quizá por ignorancia, quizá por falta de tiempo. La caridad es buena
               para el alma, pero  también otorga poder  a un hombre,  y el señor  Harrigan
               utilizó el suyo con Dusty Bilodeau.

                    Meneó  la  cabeza.  En  parte,  creo,  por  admiración.  Poseía  esa  veta  de
               dureza norteña.
                    —Espero que birlara al menos unos cientos de dólares del escritorio del
               señor Harrigan o del cajón de los calcetines o de donde fuera, porque ese fue

               el  último  dinero  que  recibió  en  el  pueblo  de  Harlow,  condado  de  Castle,
               estado de Maine. Después de aquello, aquí no lo habría contratado ni el viejo
               Dorrance Marstellar para retirar a paladas la mierda de gallina de su granero.
               El señor Harrigan se encargó de eso. Era un hombre íntegro, pero si tú no lo

               eras también, que Dios te ayudara. Coge otra galleta.
                    Cogí otra galleta.
                    —Y tómate el té, chico.
                    Me bebí el té.

                    —Me parece que voy a limpiar el piso de arriba. Puede que cambie las
               sábanas de las camas en lugar de quitarlas sin más, al menos por ahora. ¿Qué
               crees que será de esta casa?
                    —Uf, no lo sé.







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