Page 52 - La sangre manda
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—Yo tampoco. Ni idea. Me cuesta imaginar que alguien la compre. El

               señor  Harrigan  era  único  en  su  género,  y  lo  mismo  puede  decirse  de…  —
               extendió los brazos— de todo esto.
                    Pensé en el ascensor de cristal y llegué a la conclusión de que la señora G
               tenía razón.

                    Cogió otra galleta.
                    —¿Y qué pasará con las plantas? ¿Alguna idea?
                    —Me llevaré un par, si no hay problema —dije—. En cuanto a las demás,
               no sé.

                    —Yo  tampoco.  Y  la  nevera  está  llena.  Supongo  que  eso  podríamos
               repartirlo en tres partes: para ti, para mí y para Pete.
                    Tomad, comed. Haced esto en conmemoración mía, pensé.
                    Dejó escapar un suspiro.

                    —Más que nada estoy confusa. Alargo unas cuantas tareas como si fueran
               muchas. No sé qué voy a hacer con mi vida, y lo digo con el corazón en la
               mano. ¿Y tú, Craig? ¿Tú qué planes tienes?
                    —Ahora mismo voy abajo a rociar el maitake —dije—. Y si está segura

               de que no hay problema, me llevaré al menos la violeta africana cuando me
               vaya a casa.
                    —Claro que estoy segura —respondió con su acento norteño—. Todas las
               que quieras.

                    Se marchó arriba y yo bajé al sótano, donde el señor Harrigan guardaba
               sus  hongos  en  varios  terrarios.  Mientras  rociaba  el  maitake,  pensé  en  el
               mensaje de texto que había recibido de reypirata1 en plena noche. Mi padre
               tenía razón: por fuerza era una broma. Pero ¿un bromista no habría enviado

               algo por lo menos medio ocurrente, como Sálvame, estoy atrapado en una
               caja o el viejo chiste No me molestes, estoy descomponiéndome? ¿Por qué
               iba a limitarse a enviar un bromista una doble a, que al pronunciarla sonaba a
               gorgoteo  o  a  estertor  de  muerte?  ¿Y  por  qué  iba  a  enviar  mi  inicial  un

               bromista? ¿Y no solo una vez o dos, sino tres?




               Acabé  llevándome  cuatro  plantas  de  interior  del  señor  Harrigan:  la  violeta

               africana, el anthurium, la peperomia y la dieffenbachia. Las distribuí por la
               casa,  reservándome  la  dieffenbachia  para  mi  habitación,  porque  era  mi
               preferida. Pero no hacía más que dejar pasar el tiempo, y lo sabía. En cuanto
               las plantas estuvieron colocadas, saqué una botella de Snapple de la nevera, la

               metí en la alforja de mi bicicleta y me dirigí al cementerio de Elm.




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