Page 48 - La sangre manda
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—Espero que tengas hambre —dijo al oírme—. Yo desde luego estoy
famélico.
—Papi —dije—. Papi.
Se volvió al oír que lo llamaba «papi», apelativo que había dejado de usar
a los ocho o nueve años. Vio que no me había vestido. Vio que lloraba. Vio
que le tendía el teléfono. Se olvidó de la sartén.
—¿Qué, Craig? ¿Qué te pasa? ¿Has tenido alguna pesadilla por el
funeral?
Sin duda se trataba de una pesadilla, y probablemente ya fuera demasiado
tarde —a fin de cuentas, era viejo—, pero quizá aún estuvieran a tiempo.
—Oh, papi. —En esa ocasión fue un balbuceo—. No está muerto. O al
menos no lo estaba a las dos y media de la madrugada. Hay que desenterrarlo.
Tenemos que hacerlo, porque lo enterramos vivo.
Se lo conté todo. Que había cogido el teléfono del señor Harrigan y se lo
había metido en el bolsillo de la chaqueta. Porque llegó a significar mucho
para él, expliqué. Y porque se lo había regalado yo. Le conté que había
llamado a su número en plena noche, que la primera vez colgué, y luego volví
a llamar y dejé un mensaje en el buzón de voz. No necesité enseñarle a mi
padre el SMS que había recibido, porque él ya lo había visto. Lo había
examinado, de hecho.
En la sartén, la mantequilla había empezado a quemarse. Mi padre se
levantó y la apartó del fuego.
—Supongo que no te apetecerán unos huevos. —A continuación regresó a
la mesa, aunque en lugar de ocupar su silla de costumbre, al otro lado, se
sentó junto a mí y puso una mano sobre la mía—. Ahora escúchame.
—Ya sé que hacer eso fue macabro —dije—, pero si no lo hubiera hecho,
no nos habríamos enterado. Tenemos que…
—Hijo…
—¡No, papá, escúchame! ¡Tenemos que mandar a alguien allí ahora
mismo! ¡Un buldócer, una excavadora, aunque sea hombres con palas! Puede
que aún esté…
—Craig, para. Es spoofing.
Lo miré boquiabierto. Sabía lo que significaba spoofing, pero la
posibilidad de que yo hubiese sido víctima de eso —y en plena noche— no se
me había pasado por la cabeza.
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