Page 49 - La sangre manda
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—Es  cada  vez  más  frecuente  —comentó—.  En  el  trabajo  hubo  incluso

               una  reunión  de  personal  sobre  el  tema.  Alguien  tuvo  acceso  al  móvil  de
               Harrigan. Lo clonó. ¿Sabes a qué me refiero?
                    —Sí, claro, pero, papi…
                    Me dio un apretón en la mano.

                    —Alguien con la esperanza de robar secretos empresariales, quizá.
                    —¡Estaba retirado!
                    —Pero seguía al tanto, él mismo te lo dijo. O tal vez iban detrás de los
               datos de su tarjeta de crédito. Quienquiera que fuese recibió tu mensaje de

               voz en el teléfono clonado y decidió gastarte una broma pesada.
                    —Eso no lo sabes —repuse—. ¡Papi, tenemos que comprobarlo!
                    —No  lo  comprobaremos,  y  te  diré  por  qué.  El  señor  Harrigan  era  un
               hombre rico que murió sin asistencia. Además, hacía años que no iba a ver a

               un  médico,  y  eso  que  seguro  que  Rafferty  le  daba  la  matraca  al  respecto,
               aunque solo fuera porque no podía actualizar el seguro del viejo para cubrir
               una  parte  mayor  del  impuesto  sobre  sucesiones.  Por  todas  esas  razones,  le
               hicieron la autopsia. Así averiguaron que murió de una enfermedad cardíaca

               avanzada.
                    —¿Lo abrieron?
                    Recordé que al dejar el teléfono le rocé el pecho con los nudillos. ¿Había
               cortes  con  puntos  de  sutura  bajo  la  camisa  blanca  y  bien  planchada  y  la

               corbata? Si mi padre estaba en lo cierto, sí. Cortes con puntos de sutura en
               forma de Y. Lo había visto en la televisión. En CSI.
                    —Sí —respondió mi padre—. No me gusta contarte estas cosas, no quiero
               que te ronden por la cabeza, pero sería peor dejarte pensar que lo enterraron

               vivo. No fue así. Imposible. Está muerto. ¿Me entiendes?
                    —Sí.
                    —¿Quieres que me quede hoy en casa? Por mí no hay inconveniente.
                    —No,  no  pasa  nada.  Tienes  razón.  Me  han  hecho  spoofing.  —Y  me

               habían dado un susto de muerte. Eso también.
                    —¿Qué planes tienes? Porque si vas a quedarte aquí pensando en cosas
               morbosas, me tomo el día libre. Podemos ir de pesca.
                    —No voy a quedarme pensando en cosas morbosas. Pero debería ir a su

               casa a regar las plantas.
                    —¿Te parece buena idea? —Me observaba atentamente.
                    —Se lo debo. Y quiero hablar con la señora Grogan. Para saber si en el
               testamento había también una… como se llame… a su nombre.







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