Page 64 - La sangre manda
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Ninguno de esos rumores era cierto.
Fue Billy Bogan quien me lo contó, nada más subir al Autobús Corto.
Estaba deseando soltar la noticia. Según dijo, se lo había contado a su madre
una amiga suya de Gates Falls que la llamó por teléfono. La amiga vivía en la
acera de enfrente y había visto que sacaban el cadáver en una camilla,
rodeado de una multitud de Yankos que lloraban y vociferaban. Por lo visto,
también a los matones expulsados los quería alguien. Como lector de la
Biblia, hasta podía imaginármelos rasgándose las vestiduras.
De inmediato, y con sentimiento de culpabilidad, me acordé de mi
llamada al teléfono del señor Harrigan. Me dije que estaba muerto y, por
tanto, no podía haber tenido nada que ver con aquello. Me dije que, incluso si
esas cosas eran posibles fuera de los cómics de terror, yo no había deseado
expresamente la muerte de Kenny; solo quería que me dejara en paz, pero
parecía un argumento propio de abogados. Y aún recordaba algo que la señora
Grogan había dicho el día después del funeral, cuando comenté que el señor
Harrigan era un buen hombre por incluirnos en su testamento.
«De eso ya no estoy tan segura. Era íntegro, eso por descontado, pero no
te convenía ponerte a malas con él».
Dusty Bilodeau se había puesto a malas con el señor Harrigan, y sin duda
Kenny Yanko se habría puesto también a malas con él, por darme una paliza
al negarme a lustrarle las putas botas. Solo que el señor Harrigan ya no podía
estar a malas con nadie. Me repetía eso una y otra vez. Los muertos no están a
malas con nadie. Por supuesto, tampoco los teléfonos que no se habían
cargado en tres meses podían sonar ni reproducir el mensaje grabado (ni
recibirlos)…, pero el del señor Harrigan sí había sonado, y yo sí había oído su
voz cascada de viejo. Así que, aunque me sentí culpable, también sentí alivio.
Kenny Yanko ya nunca volvería a emprenderla conmigo. Ya no se
interpondría en mi camino.
Más tarde ese día, durante mi primera hora libre en el colegio, la señorita
Hargensen vino al gimnasio, donde yo lanzaba a la canasta, y me pidió que la
acompañara al pasillo.
—Hoy en clase te he notado depre —dijo.
—Pues no, no lo estaba.
—Lo estabas, y sé por qué, pero voy a decirte una cosa. Los chicos de tu
edad tienen una visión del universo ptolemaica. Aún soy joven y me acuerdo.
—No sé qué…
—Ptolomeo fue un matemático y astrólogo griego que creía que la Tierra
era el centro del universo, un punto fijo alrededor del cual giraba todo lo
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