Page 61 - La sangre manda
P. 61
en contacto con el ojo de Kenny Yanko. Iba a dejarle un magnífico ojo a la
virulé, y me pregunté cómo lo explicaría. «Tío, tropecé con una puerta». «Tío,
tropecé con una pared». «Tío, estaba meneándomela y se me resbaló la
mano».
Ya en casa, mi padre volvió a preguntarme si sabía quién había sido.
Contesté que no.
—No sé si creerte, hijo.
Callé.
—¿Quieres dejarlo correr sin más? ¿Es así como debo interpretarlo?
Asentí con la cabeza.
—De acuerdo. —Suspiró—. Supongo que lo entiendo. Yo también fui
joven en otro tiempo. Es algo que los padres dicen a sus hijos tarde o
temprano, pero dudo que los hijos se lo crean.
—Yo me lo creo —aseguré, y era verdad, pese a que me resultó gracioso
imaginarme a mi padre como un renacuajo de metro sesenta y cinco en los
tiempos de los teléfonos fijos.
—Al menos dime una cosa. Tu madre se pondría hecha una fiera conmigo
solo por preguntártelo, pero como no está aquí… ¿Se lo has devuelto?
—Sí. Solo una vez, pero de pleno.
Mi respuesta le arrancó una sonrisa.
—Vale. Pero debes entender que si vuelve a por ti, será asunto de la
policía. ¿Queda claro?
Contesté que sí.
—Esa profesora tuya… me cae bien… Ha dicho que debía tenerte en pie
al menos durante una hora y comprobar que no te mareas. ¿Te apetece un
trozo de tarta?
—Claro.
—¿Con una taza de té?
—Por supuesto.
Así que nos tomamos la tarta y un gran tazón de té, y mi padre me contó
anécdotas que no tenían nada que ver con líneas compartidas de teléfono fijo,
ni con colegios de una sola aula donde no había más calefacción que una
estufa de leña, ni con televisores que solo sintonizaban tres canales (ninguno
si el viento derribaba la antena del tejado). Me contó que Roy DeWitt y él
encontraron material pirotécnico en el sótano de Roy, y cuando lanzaron los
cohetes, uno entró en la caja de yesca de Frank Driscoll y se prendió fuego.
Frank Driscoll los amenazó con decírselo a sus padres si no le cortaban cuatro
metros cúbicos de leña. Me contó que su madre lo oyó llamar Gran Jefe
Página 61