Page 63 - La sangre manda
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Pero sonó. No tenía por qué sonar, la realidad se oponía totalmente a la

               idea  misma  de  que  eso  ocurriese,  pero  a  cinco  kilómetros  de  allí,  en  el
               cementerio  de  Elm,  bajo  tierra,  Tammy  Wynette  cantaba  «Stand  By  Your
               Man».
                    Cuando  el  timbre  sonaba  por  quinta  vez,  llegó  a  mi  oído  su  voz

               ligeramente  cascada  de  viejo.  Como  siempre,  directo  al  grano,  sin  invitar
               siquiera a la otra persona a dejar un número o un mensaje. «Ahora no atiendo
               el teléfono. Le devolveré la llamada si lo considero oportuno».
                    Tras el pitido, me oí hablar. No recuerdo haber pensado las palabras que

               iba a decir; mi boca parecía articular por propia iniciativa.
                    —Esta noche me han dado una paliza, señor Harrigan. Ha sido un chico
               grande,  un  imbécil;  Kenny  Yanko,  se  llama.  Quería  que  le  lustrara  los
               zapatos, y me he negado. No lo he delatado porque he pensado que el asunto

               acabaría  ahí;  intentaba  pensar  como  usted,  pero  sigo  preocupado.  Ojalá
               pudiéramos hablar.
                    Callé un momento.
                    —Me alegro de que su móvil todavía funcione, aunque no me lo explico.

                    Callé un momento.
                    —Le echo de menos. Adiós.
                    Corté  la  llamada.  Consulté  en  Recientes  para  asegurarme  de  que
               realmente  había  telefoneado.  Ahí  constaba  su  número,  junto  con  la  hora:

               23.02.  Apagué  el  iPhone  y  lo  dejé  en  la  mesilla.  Apagué  la  lámpara  y  me
               dormí casi en el acto. Eso ocurrió un viernes por la noche. La noche del día
               siguiente —o tal vez el domingo de madrugada—, Kenny Yanko murió. Se
               ahorcó, aunque yo no me enteré de eso, ni de ningún otro detalle, hasta un año

               después.




               La necrológica de Kenneth James Yanko no se publicó en el Sun de Lewiston

               hasta el martes, y solo decía «Falleció de forma repentina como resultado de
               un trágico accidente», pero el lunes la noticia ya corría por todo el colegio, y
               naturalmente radio macuto empezó a emitir a todo tren.
                    Estaba esnifando pegamento y murió de un derrame cerebral.

                    Estaba limpiando una de las escopetas de su padre (el señor Yanko, según
               contaban, tenía todo un arsenal en su casa) y se le disparó.
                    Estaba jugando a la ruleta rusa con una de las pistolas de su padre y se
               voló los sesos.

                    Se emborrachó, cayó por las escaleras y se partió el cuello.




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