Page 170 - Extraña simiente
P. 170

El  punto  de  descanso.  Justo  por  debajo  de  la  consciencia,  donde  ya  no

               podía ni reconocerla ni invocarla cuando le apeteciera. Ni siquiera recordar
               que había vuelto a aparecérsele, por cuarta vez desde que habían vuelto a la
               casa.
                    Sintió un dolor sordo en el hombro y se dio cuenta de que no había estado

               empuñando el arma correctamente, que el violento retroceso de la escopeta al
               disparar le había clavado la culata profundamente en el hombro.
                    Posó el arma en el suelo, avanzó unos cuantos pasos y se inclinó hacia
               adelante. Cogió el mapache despedazado por la piel del cuello. Sus cuartos

               traseros habían desaparecido, tenía los ojos abiertos, y Paul creyó leer miedo
               y súplica en su mirada. Sangre y saliva le llenaban la boca.
                    Paul se oyó a sí mismo murmurar: «Lo siento».
                    Lanzó al mapache muerto entre los arbustos, se dio media vuelta, recogió

               su escopeta e inició el camino de regreso a casa.



                                                          * * *


                    Paul se arrodilló al lado de la cama. Alargó el brazo, acarició suavemente

               la espalda de Rachel, su cintura, sus nalgas.
                    Nunca era tan bella, tan seductora, tan apetitosa —pensó Paul— que como
               cuando dormía desnuda.

                    Rachel suspiró suavemente.
                    —Rachel —murmuró Paul.
                    Ella no respondió.
                    Paul atrajo su pierna izquierda hacia él. Rachel volvió a suspirar.
                    —Rachel —repitió.

                    Deslizó la mano entre sus muslos y la tocó con la punta de los dedos.
                    Apartó  su  pierna  derecha  y  la  palpó  con  toda  la  mano.  Estaba  abierta,
               preparada.

                    Rachel volvió a suspirar.
                    Paul se puso de pie, se quitó los pantalones a toda velocidad, se arrodilló
               entre sus piernas y la penetró.
                    —¿Paul? —oyó que le decía Rachel.
                    Él se hundió en ella; una vez, dos veces.

                    —Paul, ayúdame, Paul…
                    Tres veces.
                    Ella  volvió  el  hombro  derecho  hacia  él,  mostrándole  un  pecho;  Paul

               vislumbró una mancha roja sobre la sábana.



                                                      Página 170
   165   166   167   168   169   170   171   172   173   174   175